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De esclavo de gusanos a coach de un cacao astronauta

Las trayectorias de Paúl Rosero Contreras alrededor del mundo (2016-2017)

Por Guillermo Morán

Parte 1: La onda de los gusanos blancos

Son las cuatro de la mañana en el último piso de un edificio esquinero al norte de Quito. Decenas de gusanos blancos se pasean sobre hilos cuidadosamente dispuestos, buscando un espacio para liberar el gel que tienen en su interior y convertirlo en seda. Lo hacen dentro de una estructura de acrílico transparente con forma de onda de sonido. El gusano de seda, luego de generaciones y generaciones, es incapaz de vivir en estado “salvaje”. Su ecosistema es perpetuamente artificial: siempre hay un ser humano que debe vigilarlos para que puedan cumplir con su ciclo de vida, pero sobre todo, para hacer su trabajo, es decir, elaborar uno de los tejidos más valiosos. En este caso, es el artista quiteño Paúl Rosero Contreras (1982) quien, con las manos limpias para no infectarlos, y con mucha paciencia tras madrugar de su propia pupa (el sleeping en el que duerme en su estudio), dispone los espacios en donde deberán tejer una onda natural-artificial. La obra de arte Wave es colaborativa.  Para que ella sea culminada, se necesitarán de 800 almas de gusano contentas, lo que implica no solo darles de comer su alimento favorito, si no también limpiar su excremento para que no se infecten. No puede descuidarse, es decir, no puede dejar pasar horas sin vigilar el trabajo, y esto durante 60 días. Los gusanos tejen de manera azarosa, caótica. El artista como Dios. No, eso no. Más bien, el artista que convierte a los gusanos en dioses y se torna él en su esclavo.

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Paúl Rosero Contreras. Gusanos de seda colorizados a partir de cambio de dieta. Los Angeles, 2014.

Antes de viajar a CalArts para realizar una maestría en Arte y Tecnología en el 2013, Rosero estaba fascinado con la tela de la araña. Quería hacer un objeto artístico en colaboración con estos animales, pero tras investigar un poco más, se topó con un experimento de GMO (Organismos Genéticamente Modificados, por sus siglas en inglés) en el que la cadena de ADN de los gusanos de seda fue alterada para que produzcan tela de araña. El click fue inmediato.

El interés por los GMO, y en general la interacción entre el ser humano y otras especies, es algo que Rosero comenzó a investigar por un motivo extraacadémico. Su primer hijo estaba en camino.  “Tener un hijo me hizo replantearme sobre muchos aspectos en general: mi trabajo, mi vida.  La preocupación giraba en torno a cómo debe ser una persona en el mundo, en este caso mi hijo, mi responsabilidad. Me preguntaba ¿qué le doy de comer? ¿qué va a estudiar? ¿cómo le visto? ¿qué valores le enseño?” En California hay una polarización radical en cuanto a la frontera entre los alimentos orgánicos y los GMO. Para simplificarlo, si comes estos últimos —según sus opositores— morirás de cáncer. Pero para Paúl esta disyuntiva no es tan sencilla, y además, la radicalización en realidad está gobernada  por las leyes de mercado. “Los precios en los supermercados de producción orgánica son absurdos. A la gente le ven la cara porque no conocen o no tienen el tiempo de investigar”.

Paúl Rosero Contreras. Wave versión II en proceso de tejido. Quito, 2016.

El gusano de seda es un paradigma de la relación milenaria entre seres humanos y otras especies. Así como la manzana, el banano, el cacao y tantas otros seres vivos, este insecto no sería como es hoy sin la intervención del hombre. Desde hace cinco mil años, el Bombyx mori tendió un puente entre Oriente y Occidente, (a.k.a. La Ruta de la Seda), y este comercio de lujo permitió el intercambio de conocimientos entre estas dos regiones del mundo. Hoy el gusano de seda es “transnacional”. Si bien no existen en el Ecuador (sólo Paúl tiene unos cuantos huevos traídos de contrabando desde Colombia), está extendido por muchos países alrededor del mundo. En California, por ejemplo, es posible comprarlos por Internet. Vienen en una cajita y están modificados genéticamente para producir más seda y para que sean incapaces de volar, es decir, para que sean manejables. Fue gracias a esta primera tanda de gusanos (400 en total) que Paúl pudo ensamblar su primer ejercicio artístico en conjunto con los gusanos.

El resultado de este proceso fue su trabajo final de la maestría, con el cual aplicó a la V Bienal Internacional de Arte Joven de Moscú. Cuando fue admitido, él ya estaba en Ecuador. El primer prototipo había quedado en Estados Unidos, por lo que tendría que empezar desde cero. Y es así como Wave se volvió transnacional. Paralelamente, la obra se replicó en Arte Actual en la Flacso de Quito, proyecto al que denominaría 5000 años después. Para ello, Paúl Rosero tuvo que conseguir los gusanos en Colombia y traerlos de contrabando al Ecuador.  Averiguó que, si bien este insecto desapareció del país en el 2011, quedaron residuos de su paso por el territorio: cultivos del árbol de morera blanca, el alimento favorito de estos gusanos, son custodiados por Matilde Morales en Yantzaza. Gracias a eso pudo alimentar a los 800 gusanos que serían parte de su nueva onda.

Paúl Rosero Contreras. Vista de instalación Wave versión II en la Bienal de Moscú de Arte Joven. Moscú, julio de 2016.

Llevar a cabo el proyecto en Moscú fue más complicado. En la capital rusa, por las condiciones climáticas, no se cría el bombyx mori. Para realizar su obra, los organizadores de la Bienal le pusieron en contacto con el Zoológico de Moscú, quienes importaron los gusanos de seda desde Italia y aprendieron a criarlos para realizar la obra de Rosero. Esto, por pura buena voluntad, sin cobrarle nada al artista.

Rosero se convirtió en el esclavo de estos animalillos.  Tenía que estar pendiente cada segundo, crear un ambiente específico para que los gusanos se sientan a gusto (cosa difícil en el clima de Quito), por lo que tuvo que usar calefactores y recrear un ambiente cálido. La obra implica colocar en el momento exacto a los gusanos que están listos para tejer en la estructura. Los grupos son de 60 aproximadamente, pero esta cantidad no es fija y puede variar. Por ejemplo,  un grupo no previsto puede adelantarse y empezar a tejer antes que los demás. Tarea difícil controlar a 800 seres vivos en un ambiente completamente experimental: atención requerida 24/7. El artista como esclavo de centenas de insectos, a quienes de todas maneras les tomó cariño. Casi un síndrome de Estocolmo.  A pesar de las dificultades, tanto Paúl en Quito como los biólogos en Moscú consiguieron que los gusanos estén presentables para el día de estreno. Y fue gracias a eso que los espectadores pudieron alucinar con los colores producidos por los gusanos regurgitando el gel que se transforma en seda en contacto con el aire.

Parte 2: La intermarea: el Pacífico y el Mar Negro se juntan

Los meses en los que Rosero fue absorbido por los pequeños gusanos blancos rindieron fruto, y para julio del 2016 el artista regresó al Ecuador con una agenda copada hasta abril del 2017.  Durante su estadía en Moscú recibió una invitación para ser parte de la muestra Atopía que se llevaría a cabo en el Centro Cultural Metropolitano (CCM) de Quito. Como él ya venía conversando con los responsables de la Colección Thyssen-Bornemisza (TBA21) acerca de su posible participación en este evento, su plan era aprovechar la estadía en Rusia para realizar la obra.  Inicialmente quiso acudir al lugar donde se vio al último gusano de seda salvaje, justamente en Rusia. El problema es que si bien ya estaba allí, el lugar al que quería viajar se encontraba a nueve horas de Moscú… en avión. Paúl debió aplazar el proyecto para otro momento y cambiar de ruta: el Mar Negro.

Paúl Rosero Contreras. Llanta encontrada en una playa del Mar Negro ruso, agosto de 2016.

Ensayo sobre la ceguera es una instalación cuyo protagonista es una roca de lava volcánica artificial, hecha con llanta reciclada. El Mar Negro es un territorio muy particular, porque es el lugar limítrofe de siete países (Bulgaria, Rumania, Georgia, Turquía, Rusia, Ucrania y Abjasia). Además, es un basurero de maquinaria industrial de posguerra.  Paúl contrató a una traductora, porque en esa región, si no hablas ruso, no haces nada. Desde Sochi fue a una playa que limita con la república independiente de facto Abjasia. En ese entorno militar fronterizo encontró un neumático de tractor de posguerra con unos caracoles marinos de la zona intermareal (ecosistema donde llega la marea pero no permanece) adaptados a los labrados de la llanta. Estaba decidido, ese residuo de la ex Unión Soviética de lo acompañaría al Ecuador. La obra consiste en generar rocas “artificiales” con el caucho importado como materia prima, sumergirlas en el mar de la Reserva Galera San Francisco en Esmeraldas, y luego dejarlas en la zona intermareal para que surja la vida. “Esta obra me hace pensar en los ciclos de los productos, de la industria, incluso para la producción artística. No hay museo que pueda albergar tanta obra. Entonces muchas de ellas se convierten en basura. El artista no escapa de esta línea de producción”.

Paúl Rosero Contreras. Objeto de caucho en la zona intermareal. Iceberg negro I, Reserva Galera San Francisco. Esmeraldas, Ecuador, septiembre de 2016.

Encontrar el espacio ideal para sumergir la roca artificial no fue sencillo. Luego de buscar entre cinco sitios diferentes, de camino hacia la Reserva Galera San Francisco, un hombre le jaló dedo. Ese azar fue determinante en la obra, puesto que Darlin Valencia se convirtió en un colaborador esencial del proyecto. Con él se metió al mar para sumergir la roca de caucho, y Darlin la cuidó durante el tiempo necesario.

Las llantas, conocidas por ambientalistas por ser un material difícil de degradar, no se libra de la invasión de lo vivo:  ser cuna del mosquito del dengue y la malaria es un ejemplo. Ensayo sobre la ceguera muestra un iceberg negro, hecho con la llanta traída de Rusia, a la que Paúl Rosero convirtió en un ecosistema de caracoles esmeraldeños que vivirán mientras  sean rociados con agua de mar. El iceberg  proyecta una sombra que muestra la cartografía del Mar Negro, sitio del que se extrajo la materia prima. La instalación también poseía otros objetos de vidrio, uno con agua del Océano Pacífico y otro del Mar Negro, de colores idénticos. El negro está en la percepción del individuo, en la construcción cultural o en las explicaciones de la ciencia, explica Rosero.

Paúl Rosero Contreras. Vista de la instalación Ensayo sobre la Ceguera, Iceberg negro I. “Atopia. Migration, Heritage and Placelessness. Works from the Thyssen-Bornemisza Art Collection”, Centro Cultural Metropolitano, Quito, Ecuador, 2016. Photo: Sebastian Cruz & Santiago Pinyol, 2016

Vamos viendo un patrón en la obra, y es ese intersticio entre lo humano, lo biológico y lo tecnológico. Paúl sitúa sus reflexiones en eso que él llama el post-antropoceno, ya que a ojos del artista, el antropoceno peca de ser muy antropocéntrico. Se exagera de la verdadera capacidad del hombre de influenciar al planeta. Solo hay que comparar su accionar con fuerzas más poderosas, como la de los volcanes, o con la edad geológica de la Tierra.

Parte 3: La misión espacial de una planta de cacao

Durante su visita a Moscú, Paúl Rosero Contreras conoció en persona a Alexander Ponomarev, artista multidisciplinario quien creó el Pabellón Antártico de la Bienal de Venecia de Arquitectura del 2014. Paúl, quien participó en ARTEA, también fue invitado a ser parte de un screening dentro de este pabellón. En el 2016, Ponomarev le ofreció algo más: ser parte de la Primera Bienal Antártica, que se realizaría en el barco de investigación ruso Sergey Vavilov, fletado por una empresa canadiense para hacer tours a la Antártida.

La idea del proyecto de Paúl Rosero para esta bienal puede resumirse en una oración: llevar a una planta viva de cacao a la Antártida. Hacerlo es otra historia.  Para empezar, el artista debía elegir a la planta de cacao más fuerte del mundo, una planta capaz de resistir el viaje. Muy similar a cuando la NASA hace pruebas para elegir a los mejores astronautas. Para este proceso, Pacari fue su auspiciante. Además de producir el chocolate que acompañó al proyecto, Gabriela Paredes, representante de la empresa, llevó al artista a algunas zonas del Ecuador (al momento de visitar a sus proveedores) para buscar la planta de cacao ideal.

Paúl Rosero Contreras. Parte del proyecto  Arriba! Chocolate para exploradores del Polo Sur. Producido y auspiciado por Pacari. Organic Premium Chocolate.  Ecuador, febrero 2017

Al tener ese ejemplar único, la siguiente misión era construir una cápsula capaz de mantenerlo vivo en el Polo Sur, como un traje espacial. La meta final era Bahía Paraíso, en la Antártida, donde se han encontrado fósiles de plantas tropicales que datan de hace millones de años. Sería como un retorno al hogar. O como la conquista de un nuevo territorio.  No sabemos si, en unos cuantos millones de años (o el día de mañana), la Antártida, por fuerzas geológicas imprevisibles, querrá despejarse de su pelambre nevoso para albergar este tipo de plantas nuevamente. Estirar el tiempo como chicle, darnos cuenta de lo insignificante de la vida humana. Abstraernos un poco del día a día y tratar de ver al Universo en toda su inmensidad.

Tal como sucedió en el caso de los gusanos de seda, la geopolítica no es indiferente a las plantas, y uno de los aspectos más complejos del proyecto fue lograr que al cacao ecuatoriano se le permita atravesar la frontera de Perú y Argentina, especialmente cuando la Comunidad Andina o el Mercosur no cuentan con una legislación prevista para plantas turistas. El trámite más difícil de conseguir fue el permiso del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria de la Argentina (Senasa), institución que para el momento tenía en su portal web como bienvenida la estricta prohibición del ingreso de plantas tropicales al país. “Semana tras semana estuve averiguando en la Embajada, insistiendo. Un día llegué cuando uno de los empleados se salió de la oficina. Por fin le pude explicar bien de qué iba mi proyecto. Poniendo la mejor onda posible”.

 

Archivo Paúl Rosero Contreras. Papel con información de contactos entregado en la Embajada de Argentina en Quito. Clave para conseguir permisos de transportación de la planta de Cacao. Enero 2017.

A pesar de detallarle las dificultades, el funcionario de la Embajada le dijo a Rosero que haría una llamada telefónica. Como resultado le entregó un papel con instrucciones: el procedimiento, los requisitos necesarios para solicitar el permiso, los contactos. “Este papel es la clave del proyecto, y el haber ido antes a la Antártida”, dijo Paúl, quien aún conserva el papelito en una de las gavetas de su taller.

Cuando Paúl Rosero viajó por primera vez a la Antártida como parte de ARTEA, lo hizo con el status de investigador. Eso implica una serie de permisos para llevar y extraer materiales, muestras, etc. Para esta segunda visita, el permiso para ir al continente austral era de turista, entonces las reglas de juego eran mucho más limitadas. “La idea de naturaleza prístina que no puedes tocar es relativa. Gracias a mi expedición anterior me di cuenta de que, en nombre de la ciencia, los investigadores siempre están experimentando. Hay que romper la pared entre la ciencia y los demás. Nosotros como artistas también tenemos derecho a investigar. ¿Por qué no?”

Cuando Paúl envió la solicitud a la Senasa,  el contacto le respondió el mismo día, y fue tan solícito que el artista elucubró que podría tratarse de alguna trampa. Incluso le pedían la fecha y hora exacta en la que el avión debía llegar.  “Pensaba que iban a esperarme en el aeropuerto específicamente para quitarme la planta”. Al explicar a la producción de la Bienal de la Antártida la situación, ellos le dijeron que, si era muy complicado llevar la planta, debería tener consigo una réplica de plástico, como plan B. “Obviamente hay algo de ficción e invención en lo que estoy haciendo, pero me tardé meses para desarrollar el concepto. Una planta de plástico es una mentira vil”. La impostura “vil” fue innecesaria. El ejecutivo del Senasa le envió el permiso por mail. Una especie de visa diplomática para que el cacao astronauta pueda pisar tierra argentina.

El cacao más fuerte del mundo viajó en una caja de madera, y dentro de ella, la cápsula o el traje de astronauta. Éste tiene tres capas, y además, un sistema eléctrico. Ciencia ficción en la aduana. “En cada aeropuerto inspeccionaron la planta. Me hacían abrir la estructura de madera. Estar frente al agente era cuestión de suerte, no sabes cómo van a proceder. Pero cuando veían la planta en esa cápsula futurista, me hicieron pasar sin decirme nada”.

Barbara Imhof y Paúl Rosero Contreras en la Agencia AeroEspacial Alemana. Visita a las instalaciones de EDEN ISS en mayo de 2017.

Al traspasar finalmente todas las barreras geopolíticas con su planta,  Paúl pudo relajarse en las lujosas cabinas de la embarcación rusa Sergey Vavilov. La Bienal de la Antártida, desarrollada en marzo de este año,  no solo tenía como invitados a  artistas: científicos, filósofos y escritores se reunieron en el extremo sur del planeta para compartir ideas. Parte de las actividades del barco eran simposios, presentación de portafolios, etc.  “Aunque conecté con todos, me relacioné especialmente con los científicos”.  Dos arquitectas que desarrollan estructuras para el espacio y que han trabajado para la NASA se interesaron por el cacao explorador de mundos. Al final, una de ellas, Barbara Imhof, invitó a Paúl a trabajar en un proyecto que hoy están realizando para la Agencia Espacial Alemana. Este primer pacto fue registrado por un periodista alemán, y la nota respecto a esta colaboración se publicó en ese país.  Ellas quieren generar un invernadero que podría eventualmente instalarse en la Estación Espacial Internacional. “Les interesó mi obra porque conseguí en micro y con nada de presupuesto lo que ellos pretenden conseguir a gran escala y con mucho dinero”.

Paúl Rosero Contreras. Proyecto Arriba! Comisionado para la 1era. Bienal Antártica. Bahía Paraíso, Península Antártica, marzo de 2017.

Ir a la Antártida para Rosero fue ventajoso incluso a nivel práctico. En primer lugar, financiaron la ejecución de la propuesta (incluyendo honorarios), posteriormente, pagaron todo para que el artista pueda viajar, incluyendo el transporte de la pieza. Finalmente, la obra se quedó con el artista. Conseguir condiciones como esas es casi imposible para los artistas ecuatorianos. La carrera de Rosero va en ascenso.

Parte 4: Islas encantadas, volcanes y la docencia como plataforma de investigación

Apenas regresó al Ecuador, y luego de inaugurar la muestra 5000 años después, Rosero presentó una exposición en Berlín,  titulada Sierra Negra, en Import Projects. Este es otro de los proyectos de Nadin Samman (también relacionado con la Bienal de la Antártida). Fue una exposición con varias obras del artista que abordan reflexiones en torno al posthumanismo. Para hacer esta muestra, Rosero había invitado a los curadores de Import Projects para que hagan una expedición con él a las Islas Galápagos. Sierra Negra hace referencia al volcán ubicado en la Isla Isabela, al cual visitaron en una zona menos turística: “Fuimos en caballo hasta las minas primero, y luego caminando. Era diciembre y además estábamos ingresando a las fauces de un volcán activo. ¡Nos derretíamos! Era como el infierno”. Esto sucedió en diciembre del año pasado. Después de la exhibición en Berlín, fue a Bremen para reunirse con quienes realizan el proyecto del huerto espacial. Y luego de esto, Rosero participó en la Bienal de Venecia para mostrar la documentación de su experiencia en la Bienal de la Antártida.

Paúl Rosero Contreras. Video El Origen del Rosado. Volcán Sierra Negra. Isla Isabela. Galápagos. Fotograma por Tomás Astudillo. Diciembre 2016

Paúl Rosero Contreras. Vista de la instalación Ensayo sobre la Ceguera (Rolling and rolling), parte de la exposición personal Sierra Negra, en Import Projects, Berlín, abril 2017.

Generalmente, las personas buscan trabajo para tener una fuente de ingresos estable y ganarse la vida. Paúl Rosero se convirtió en profesor de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) para conseguir un permiso de investigación científica en las Islas Galápagos.  Al regresar de Venecia, Rosero acudió nuevamente al archipiélago con el fin de que lo acepten como co-profesor en el Colegio de Ciencias Biológicas y Ambientales. Ahora mismo, Paúl está consiguiendo un permiso para sumergirse en el mar y abrigarse con el calor de los volcanes submarinos que moldean las islas encantadas.

Luego de una breve visita a Pasto, en julio de este año, Paúl Rosero fue invitado a Los Ángeles para ser parte de Siggraph, uno de los eventos más importantes a nivel mundial de arte y tecnología. Allí expuso su proyecto El pabellón de los Andes, que inició en Ecuador pero que se ha ampliado a otros países andinos (ese fue uno de los motivos de su visita a Colombia). Una versión completa del proyecto fue presentada en la Bienal del Sur (lo que sería su cuarta bienal en un solo año).  A esta bienal había aplicado en el 2016. La obra, una nueva versión del Pabellón de los Andes titulada Ananganá (en el idioma del hijo pequeño de Paúl, significa afuera) estará exhibida hasta diciembre de este año.

Paúl Rosero Contreras. Vista de la Instalación Ananganá (El Pabellón de los Andes). CNB Contemporánea. Parte de Bienal Sur. Buenos Aires, septiembre de 2017.

Los volcanes también nos recuerdan lo efímero y minúsculo de la vida humana. Paúl Rosero se acerca a los rugidos del callejón andino para darles forma plástica a través de este proyecto artístico. Las esculturas 3D de estos volcanes, tanto del Ecuador como de Colombia y de Galápagos, forman un puente entre el lenguaje de las máquinas y los rugidos magmáticos, todo mediado por la mano del artista.  “El volcán es una fuerza tan poderosa que puede cambiar la realidad del ser humano en un instante. Ya ha pasado antes. Hay volcanes que han destruido el mundo”. Y también han existido volcanes que han estimulado la creatividad humana. Un ejemplo de ello es la creación de la bicicleta.

Paúl Rosero Contreras. Parte de la instalación Ananganá (El Pabellón de los Andes). CNB Contemporánea. Parte de Bienal Sur. Buenos Aires, septiembre de 2017.

“Últimamente, como las cosas han ido algo bien, puedo pedir cada vez mejores condiciones”. Eso significa que también le pagaron por la ejecución de la obra y los gastos de viaje a la Bienal del Sur. También fue invitado, casi al mismo tiempo, al evento Standard Pacific Time organizado por la agencia Getty, pero no acudió debido a que no tenían presupuesto para pagar los pasajes. “Ya no me pago los pasajes desde hace mucho tiempo. Eso me parece importante aclarar porque muchos artistas de nuestro medio se preguntan sobre estas cosas”. La situación para los artistas en el Ecuador sigue siendo difícil.  Es muy excepcional un caso como el de Rosero Contreras; y sin embargo, él considera que aún así no gana igual que los artistas norteamericanos o europeos. Otros factores que inciden en las dinámicas de poder es saber inglés (así podrás ingresar a círculos más íntimos, conversar sin necesidad de un traductor con periodistas, etc.) o el lugar de estudios (Rosero admite que ser estudiante en CalArts genera en sus interlocutores un respeto inmediato).

Cuando Rosero regresó al Ecuador en agosto, asumió sus clases en la USFQ como parte de sus proyectos artísticos. Él tiene un convenio con la universidad en el que se establece que puede dar clases a sus alumnos acerca de los proyectos que está desarrollando.  Sus clases, por lo tanto, le permiten convertir a los estudiantes en una suerte de colaboradores, además, al planificar sus clases, de alguna forma está trabajando en los papers de sus investigaciones y propuestas artísticas. “Ya casi no veo diferencia entre la docencia y mis propios proyectos, lo cual es un poco raro”, explica Paúl, quien hoy fantasea acerca de huertos espaciales, volcanes submarinos, estirar el tiempo como chicle, liberarse del antropocentrismo, y para ello, dialogar con máquinas, insectos, plantas, piedras… Todo.

 

Guillermo Morán

Foto de portada:

Paúl Rosero Contreras. Gusanos de seda colorizados a partir de cambio de dieta. Los Angeles, 2014.

 

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