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¿Investigación? ¿Artes…?

Por Lupe Álvarez

La pregunta por la investigación en las artes supone algunos contrasentidos. Primero porque cuando pensamos en arte, como un concepto generalizador que presume un cierto tipo de objetos , procesos o prácticas, estamos partiendo de una premisa esencialista que a todas luces es inviable. Tampoco habría lugar para plantear conceptos o metodologías que supusieran qué y cómo se investiga en dominios artísticos diferentes o en procesos creativos que se proponen más allá de las disciplinas o que existen “entre las artes”. Creo que más bien deberíamos pensar por qué tenemos que preguntarnos acerca de qué es la investigación en artes y atender mejor cómo estos procesos construyen sus objetos, conceptos y metodologías propias.

Propongo la reflexión desde ahí, dado que las concepciones sobre la investigación y  la legitimidad del conocimiento derivado de ella, han estado permeados por los modelos científicos que provienen de las “ciencias duras”.

Desde el mismo nombre, Ciencias Duras, hay un poder consolidado que jerarquiza, diferencia y mide, la ubicación de estas con respecto a  otros procesos de producción y conocimiento y otras formas de expresión en las escalas de importancia social.

La inutilidad del arte, las ideas del arte como un lujo o como criterio de diferenciación infranqueable entre clases sociales, constituyen modos históricos de aminorar el lugar social del arte o de confinarlo al universo improductivo de formas culturales accesorias o prescindibles, fácilmente reemplazables por productos de consumo fácil, agradables o que dejan en su sitio todas las maneras asentadas de ver el mundo y de proponerlo estéticamente, sin empujar estereotipos y convenciones ni cuestionarlos.

Estos prejuicios se han asentado en los modos de organización y evaluación académicas que reproducen el lugar social que una cultura capitalista basada en formas de productividad, competencia, eficiencia y rentabilidad, condicionan.

Sin embargo, hoy en día, conceptos como el de imaginación política derivado de la puesta en valor del rol de la producción sensible, en la capacidad proactiva de los movimientos sociales o nociones como la de razón caliente enarbolada por intelectuales como Boaventura de Souza Santos que, aludiendo al papel de la esfera afectiva y de la poesía en las  bases del ejercicio de la política, retoma con fuerza otras funciones culturales para las prácticas artísticas, constituyen condiciones que reevalúan los lugares del arte en la cultura y las maneras en las que restablecen tejidos sociales desde sus peculiares estructuras simbólicas. Estas condiciones, conjugadas con la heterodoxia metodológica de esa nueva ecología de saberes que es performada por innumerables procesos creativos, han empujado, definitivamente, el peso del paradigma romántico en las ideas sobre el arte asestando un golpe de connotaciones altamente políticas, a la utopía estética moderna, uno de los baluartes del logocentrismo.

Con estas premisas podemos propiciar otras reflexiones  acerca de la investigación en artes.

Hay un criterio básico que aquí se juega, y es la singularidad de los modos de trabajar y producir conocimiento en las prácticas artísticas.  Por supuesto que hay plataformas de creación ya reconocidas e historizadas, que en sus fundamentos conceptuales y estéticos han generado  modos de trabajo, preguntas, herramientas, conceptos e incluso, maneras de relacionarse con otros saberes. Cada una de ellas, se ha provisto de un gran acervo que permite organizar procesos de enseñanza, facilitar procesos de aprendizaje y sistematizar tipos de entrenamientos, conocimientos básicos, formas de inducción…, a partir de los cuales, se levantan itinerarios de creación singulares, que conducen a resultados, donde la misma cualidad de los procesos, todo lo que van acumulando en ese trayecto, suele generar plataformas ideo estéticas particulares de gran valor.

La investigación en artes es  un territorio en disputa que hoy, más que nunca, necesita de una identidad intelectual reconocida.  Si pudiéramos llegar a inscribirla en un tipo de proceso (a partir de la observación participante en múltiples procesos de creación) aventuraría la hipótesis de que consiste en:

  • instalar dispositivos de reflexión al interior del proceso creativo (cualquiera que este sea y en el dominio estético en el que participe).
  • crear formatos heterogéneos que pongan en evidencia el nexo de esas preguntas, tropiezos; de esos retos que en el proceso de creación se plantean, con problemáticas apuntadas y sistematizadas por otras esferas del conocimiento.
  • Demostrar – mostrar concurrencias, incluso indirectas, con otros saberes, que disparan conexiones o empujan límites.

En el acervo de declaraciones enfáticas del arte contemporáneo hay una célebre frase del artista norteamericano Sol Le Witt que señala:

“el artista no necesariamente debe entender su propio arte. Su percepción no es mejor ni peor que la de los demás” A lo que atrevidamente y como curadora respondería: – pero sí puede estar al tanto de sus procesos y dar cuenta de ellos.

Por supuesto que se dice muy fácil, como diría jocosamente Manuel Castells, “para un ensayo está magnífico” pero ¿cómo bregar en los territorios de tal praxis?. Ahí no hay fórmula. Es el lugar del experimento.

Pero hay algunas cuestiones que puntualizar.

Si la Museología reconoce el concepto de formatos heterogéneos de inscripción, si la Teoría Estética Contemporánea reconoce la idea de objetos fronterizos; si la Antropología levanta conceptos como paisaje cultural o nuevas comunalidades para abonar ecologías de saberes y prácticas. Si geógrafos y filósofos de muy diversas perspectivas se escoran cada vez más, en conceptos-figura que constituyen nuevos horizontes políticos, y se habla de modos de  hacer que requieren de otros tipos de escritura, algunas de ellas perfectamente inscritas en la academia, creo que hay que preguntarse muy seriamente por qué el arte, la economía intelectual-sensible de la creación ha estado y está marginada de las formas de producción de conocimiento reconocidas.

A mi modo de ver, si no queremos reproducir las jerarquías etno y logocéntricas del modelo cultural contra el que tanto nos pronunciamos en otras esferas del saber, hay que preguntarse si se le sigue dejando a otros y no a los mismos artistas, el hablar de manera legítima de sus procesos.

Este es un campo de batalla en el que hay, que habrá, continuamente que “construir un nosotros”, dado que, el paradigma del arte montado por el Idealismo Alemán está vivito y coleando en el mundo del arte y probablemente, son los artistas su mayor custodio.

Por lo pronto, examinando históricamente artistas con procesos creadores que acusan un especial grado de conciencia, y de articulación sensible en formas heterodoxas de esa conciencia ( estoy nombrando a artistas de múltiples disciplinas y de diferentes temporalidades), podríamos avizorar un horizonte común que nos lanza hacia cómo estos procesos idean formas en las que sistematizan fuentes catalizadoras de sus preocupaciones ideoestéticas, articulan genealogías propias, identifican esos puntos fijos que se pueden desplegar en diversas discursividades y en escrituras creativas…, en definitiva, procesuales, desobrizadas  (en el sentido en el que lo usa Jean Luc Nancy) y no afectadas por el arquetipo de consumación que el circuito del arte demanda. Se trata de otro saber de la propuesta en la propuesta. En este punto podría apelarse a la idea de que estas formas de conocimiento constituyen una  Zona Temporalmente Autónoma  ( aplico libérrimamente el término usado por Hakim Bay, pero en su mismo y propio sentido),cuya victoria en el territorio de la potencia podría ser el antídoto ante una lógica que es propia de la institución del arte, a saber, la conversión de esos procesos y de todos sus insumos en Obra de Arte. Esto que ,sumariamente, enuncio, y que considero parte inalienable de una enseñanza artística especializada y universitaria, será un territorio en permanente construcción y disputa, pero, a diferencia del sistema científico convencional, el diferendo, la disputa y la batalla constante entre procesos y consumación, instaurarán realmente los valores.

A manera de conclusión también sumaria que pienso que, como se dice en el habla vernácula de mi país “nos cura en salud”

Hoy el universo de las prácticas artísticas no puede acotarse, tampoco sus contingentes relaciones con otros campos del saber y las maneras creativas en la que, desde el arte, pueden usarse las metodologías más inusitadas. No existen límites y sí muchos ensayos y campos de experimentación que, liberados de los fines  utilitarios o de las tareas  delineadas, que tienen en las ciencias y en las tecnologías, pueden encarnar en formas de creación rutilantes y asombrosas o en otros sentidos, socialmente útiles.

Y termino con una gran frase de la gran saga “Star Wars” que mutatis mutandis podríamos aplicarnos  como investigadores .

“Mientras la historia de las prácticas colectivas no sea contada
por aquellas y aquellos que la viven y la construyen, serán
los historiadores los que se encarguen de ello.”
(Proverbio del País de los Dos Lagos).

Pongan artísticas  en el lugar de colectivas y burocracia académica , en lugar de historiadores y verán lo que sale…

Originalmente publicado en CartónPiedra de Diario El Telégrafo en este enlace.

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