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‘La intimidad es política’: Cristóbal Zapata como espectador

Por Ana Rosa Valdez

ARV: ¿Cómo valoras el enfoque curatorial de las problemáticas de género en la exposición “La intimidad es política”?

CZ: El enfoque me parece muy coherente y diverso en su conjunto. Digo diversidad en relación al repertorio temático que incluye: la identidad y sus devenires (Zanele Muholi y Juana Córdova), roles y circunstancias sociales de las mujeres (Núria Güell y Santiago Sierra), deconstrucción performática de los correlatos patriarcales del poder (Cristina Lucas, Saskia Calderón, Marina Abramowic, Sandra Monterroso,  Amal Kenawy) y de los discursos heteronormativos (Santiago Reyes y Zanele Muholi), la exploración de un deseo de la diferencia (otra vez Zanele Muholi y Santiago Reyes, además de Katia Sepúlveda), las declinaciones políticas del cuerpo (de un modo preponderante Nora Pérez), denuncias y demandas de género (Guerrilla Girls, Regina José Galindo, Mujeres Creando, los artistas de la Comunidad Zapatista). Esta apurada taxonomía da cuenta de la amplitud de tópicos vinculados a las problemáticas de género que la muestra indaga.

ARV: El cuestionamiento a la iglesia católica desde una visión feminista está presente en varias obras de la muestra. ¿Crees que logran evitar lugares comunes o procedimientos retóricos que abundan en el arte contemporáneo local e internacional? ¿Qué obras te parecen más propositivas en este sentido?

CZ: Salvado el mural del colectivo boliviano, no creo que la iglesia católica acapare la atención de los artistas. Cuando Cristina Lucas –en la obra a mi parecer más rotunda de la muestra por su voltaje político y poético– arremete contra la réplica del Moisés de Miguel Ángel está desbaratando no solo una figura tutelar, un icono del cristianismo, sino también del judaísmo, del islam e incluso del bahaísmo (religiones donde se lo venera ya sea como profeta, legislador o líder espiritual), es decir de todas las grandes religiones monoteístas del planeta, sino que además está destruyendo en efigie una obra canónica del arte occidental. De manera que su acción iconoclasta tiene varias aperturas: al tiempo que desbarata un paradigma del imaginario patriarcal (el portador de la palabra de Dios, la encarnación de la Ley Paterna), destrona simbólicamente una obra y un autor central en la historia del arte. Pero algo más: es la misma artista, es decir una mujer, quien encimada sobre la escultura en una postura de sutiles insinuaciones sexuales, liquida la imagen idolatrada, como una especie de mantis religiosa devorando al macho tras la cópula. Como si dijera: una vez que hemos aprendido la lección del maestro hay que acabar con él. Quiero decir: es muy poderosa la imagen de una mujer derrocando o deponiendo al hombre, al varón, al padre que representan la ley, la autoría, la autoridad. Por su elocuencia conceptual y retórica, por la lección artística que importa no dudaría en decir que Habla de Cristina Lucas es una  de las obras maestras del siglo XXI, y es uno de los lujos de la muestra.

Cristina Lucas (Jaén, España, 1973)Habla. Video proyección / 6’08’’. 2008 (Stills del video)

ARV: Las Guerrilla Girls muestran cifras contundentes para evidenciar la discriminación a las artistas mujeres en los circuitos del arte contemporáneo en Estados Unidos. ¿Qué opinas sobre esta misma situación en el Ecuador?

CZ: Para empezar me parece que las propuestas de Guerrilla Girls, como de Regina José Galindo y de Mujeres Creando, siendo necesarias y oportunas son las menos interesantes del conjunto porque se agotan en la proclama o en la acusación, son meramente didascálicas y terapéuticas, acaso su mayor mérito sea el de propiciar o posicionar debates sobre temas que urgen tratarse y discutirse como la violencia contra la mujer, el femicidio, etc. Son prácticas activistas que buscan epatar las buenas conciencias, y su importancia reside precisamente en su carácter revulsivo, como tales tienen un propósito y un radio de acción específico, pero su aporte formal es más bien discreto. Los cubos de Galindo sirven muy bien como una manera de reeducar ideológicamente y sentimentalmente a los hombres, una tarea sin duda urgente; por su lado, el polémico mural de las artistas bolivianas es un retablo barroco actualizado en clave satírica (estoy pensando en la sátira menipea estudiada por Baktine). Son obras necesarias pero acusadamente explícitas y lo explícito cansa y se desvanece pronto. Rara vez pasa a ser parte de tu repertorio cultural, afectivo, que es una de las cualidades de una obra poética. Por lo demás, en el caso de una de las piezas de las Guerrilla Girls donde cotejan la presencia de artistas mujeres en la Colección Alberto Mena Caamaño y en la Bienal de Cuenca, las cifras, siendo reales (fui yo mismo quien proporcionó a la curadora, Rosa Martínez, las estadísticas de la Bienal) pueden llamar a engaño, pues aunque las diferencias parezcan categóricas, hay que hacer varias preguntas antes de dar por sentado la verdad que proponen: por las propias condiciones de discrimen imperantes ese momento, en los años en los que se configura la colección Mena Caamaño cuántas artistas mujeres relevantes había en la escena ecuatoriana? En cuanto a la Bienal de Cuenca, aunque los porcentajes hablen de una notoria disparidad, creo que dejando de lado unas pocas artistas sobresalientes, casi todas aquellas que cuentan y han contado en el arte ecuatoriano de los últimos treinta años han sido parte de la muestra oficial. Atender exclusivamente a los números (siempre sujetos de manipulación) para afirmar paladinamente “Las mujeres artistas en Ecuador están en la lona” es por decir lo menos de una enorme imprecisión. Creo que hoy más que nunca las mujeres artistas en Ecuador no solo están en un gran momento, sino que muchas veces son protagonistas dentro y fuera del país. Pruebas al canto: Karina Aguilera Skvirsky, María José Argenzio, Saskia Calderón, Gabriela Chérrez, Juana Córdova, María Rosa Jijón, La Dupla, Janeth Méndez, Estefanía Peñafiel, Manuela Ribadeneira, sin olvidar a las madres y a las abuelas de estas artistas: Jenny Jaramillo, Larissa Marangoni, Ana Fernández, Paula Barragán, Pilar Flores, Pilar Bustos, Judith Gutiérrez, Araceli Gilbert, Alba Calderón, Leonor Pareja, María Josefina Ponce, etcétera. Ahora mismo, hace pocas semanas, acabamos de presentar desde la Bienal la exhibición Artefactos y artilugios, consagrada a artistas cuencanos de las últimas generaciones, catorce de los 26 invitados son mujeres, es decir la mayoría. Puede ser que la mujeres sigan siendo minoría en relación al volumen de artistas masculinos, pero son y han sido a lo largo de nuestra historia, una minoría cualitativamente poderosa.

Guerrilla Girls 1985 – 2017. 9’38’’

Guerrilla Girls (1985). Selección de pósters, 1985-2017. Dimensiones variables.

Guerrilla Girls (1985). I’m not a feminist, but if I was, this is what I would complain about (No soy Feminista, pero si lo fuera, de esto es de lo que me quejaría). Grafiti interactivo (Pintura de pizarra sobre pared y tizas). Dimensiones variables. 2017.

ARV: ¿Podrías compartir tu impresión de la obra El silencio de los corderos de Amal Kenawy?

CZ: Es interesante y acaso divertido el gesto de someter, de tratar como un rebaño a un grupo de varones egipcios en una cultura como la árabe acusadamente machista y retrógrada en términos del papel que han asignado a las mujeres, como si esas dinámicas de dominación y sometimiento hubieran sido invertidas momentáneamente. No diría mucho más.

 

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ARV: ¿Con qué ideas de la muestra te quedas para tu ejercicio profesional como crítico, gestor y curador de arte? ¿y para la vida?

CZ: Aunque una de las virtudes de la exhibición constituye los sutiles diálogos que entreteje la comisaria  entre las obras como se espera de toda curaduría orgánica y más aún de alguien con la trayectoria de Rosa Martínez, antes que con ideas me quedo con obras. “Venimos repletas de Velázquez” dice uno de los personajes (una mujer joven) en la pieza teatral Calderón de Pasolini, luego de visitar el Prado. Creo que eso es lo que pasa cuando sales de una exhibición; tu mirada, tu sistema afectivo, sensorial, intelectual ha sufrido una especie de shock, se ha impregnado de sensaciones, se ha convertido en un surtidor de reflexiones, y lo que vas a  hacer en los días siguiente es localizar esa nueva experiencia en el conjunto de tus experiencias culturales y emocionales. En este sentido, me parece que hay estupendas candidatas para integrar la antología personal de cada quien, las mías son, además de la acción de Cristina Lucas, dos site-specifics: Flujo, de Priscilla Monge, donde la artista usa la fuente de uno de los patios del edificio para representar el flujo menstrual; la única sangre del cuerpo femenino que no brota de la violencia como bien señala Monge, y Mater, de Saskia Calderón, que nuevamente echa mano de su voz para recrear los fragmentos de textos antropológicos que discuten la noción del matriarcado. Además de las evocaciones ancestrales (usos funerarios) y maternas (la cavidad uterina) que viene a representar la vasija de barro (icono de la cultura andina), conectando alegóricamente la vida y la muerte, desde su título, el oportuno empleo del recipiente cerámico nos remite a la idea de la chóra desarrollada por Platón y recuperada por Julia Kristeva: el receptáculo nutricio y matriz que fundamentan el pensamiento matrilineal. No es menos rotunda la instalación de Juana Córdova con sus imponentes y simultáneamente sosegadas metáforas plásticas surgidas de su diálogo y observación de la naturaleza. Así mismo me atraen las fotografías de Zanele Muholi que interpelan desde una raza y sexualidad otras los códigos clásicos del retrato y del autorretrato.  Su autorretrato como una suerte de Venus negra ante el espejo es de una hermosura y brillantes asombrosas. Siempre son las obras atravesadas por el signo de la poesía aquellas que tienen más posibilidades de perdurar en la memoria del espectador, pues las grandes metáforas visuales o verbales son inmunes al paso del tiempo.

Cristina Lucas (Jaén, España, 1973). Habla. Video proyección / 6’08’’. 2008

 

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