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La «tiranía de la tutela» en la administración pública de cultura. Entrevista con Andrea Crespo

Por Ana Rosa Valdez

Andrea Crespo Granda obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Ecuador “Aurelio Espinosa Pólit” (2016) por el poemario Registro de La Habitada. Y el Premio Nacional de Poesía de Ecuador “David Ledesma” (2017) por el poemario Libro Hémbrico. L.A. MONSTRUO es su ópera prima (Cría Cuervos, 2013)  y forma parte de un trabajo poético diacrónico conformado por los libros inéditos Influencia Americana (Virtud de Desplazamiento)  y  Matinée (el cinematógrafo tropical) 

En el 2013 fue invitada por el Ministerio de Cultura de Ecuador como miembro de la delegación de escritores ecuatorianos en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.  Es parte de la selección de nuevas voces de poesía ecuatoriana contemporánea de la muestra Naipes arreglados: 13 poetas contemporáneos de Ecuador de la editorial Catafixia (Guatemala, 2012). Forma parte de  la antología de poetas contemporáneas hispanoamericanas Hijas de Diablo, Hijas de Santo de la revista especializada La Raíz Invertida (Colombia, 2013); es parte de la muestra 8 POETAS AHORITA de las editoriales cartoneras DADAIF y AMARU-CARTONERA (Ecuador-Perú, 2014). También conforma la muestra Sangre de Spondylus. Muestra de poesía ecuatoriana reciente (Vallejo & Co 2016)

Poemas suyos han sido publicados en la Muestra de Poesía Ecuatoriana Emergente de la revista Literal  (México, 2011), también  cuenta con poemas publicados en el periódico de poesía de la UNAM (México, 2012) y varias revistas digitales de Latinoamérica  y España como Letralia, El Coloquio de los Perros, 400 Elefantes, Otro Lunes, Otras Palabras.

Ha sido productora de campo de algunos documentales sobre derecho a la protesta, la memoria/narraciones orales y  migración  (Estación Floresta, 2006;  El lugar de las cirgüelas, 2009;  Reportajes para TV de Catalunya, 2009) y Directora de Comunicación del Ministerio del Litoral, Directora Técnica del Consejo  Nacional de Cinematografía y Asesora de Comunicación del Ministerio de Educación del Ecuador (2008, 2009 y 2011, respectivamente) desde estos espacios impulsó la gestión cultural en diferentes espacios-comunidades. También se desempeñó como Directora de Artes Literarias y Narrativas en el Ministerio de Cultura y Patrimonio desde donde desarrolló el Plan Nacional de Lectura y Escritura de Ecuador ( 2015-2017). Actualmente es docente en la Universidad de las Artes.

En el mes de enero el Director de Cultura y Promoción Cívica de Guayaquil (DCPC), Arq. Melvin Hoyos, refirió en una entrevista con Diario El Telégrafo que, luego de 26 años de ocupar el cargo, considera que no hay quién le suceda. En esta declaración se evidencia la manera en que valora su propia gestión, y se observa también una proyección hacia el futuro. Frente a sus afirmaciones, varios artistas se pronunciaron en Paralaje en las últimas semanas, revelando posturas críticas que piden un cambio. En base a tu experiencia como artista, gestora, activista y ex funcionaria pública, ¿cómo valoras la gestión municipal de cultura en el cantón Guayaquil, tanto en sus áreas urbanas como rurales?

Para poder generar una valoración de la gestión de la DCPC del Municipio de Guayaquil, esta debe ser vista desde algunos ángulos. Debemos considerar que nuestra ciudad es un complejo tejido social que cuenta con una representación política-estética que ha sido labrada bajo la imagen de la autonomía e independencia de “Lo Nacional”. Señalo esto porque es interesante la elaboración de un discurso-marca ciudad distintivo como modo de acuñar una propia fantasía de identidad que se resuelve en una serie de decisiones políticas encaminadas a refundar, rehacer; es decir, prima la mirada de la novedad y eso, claramente, es una forma de gestionar los fracasos nacionales como ajenos, pero a la vez imprime un sesgo en donde la tradición está desconectada del pensamiento crítico, del pensamiento histórico de sus gobernantes y, también, de sus ciudadanos.

Ante este panorama tiene sentido que lo que generen las autoridades culturales sea de una veta altamente eventista, populista (cultura al mayoreo) de una identidad porteña que es casi inamovible, tediosa y precaria. Pobre en significados porque esta vaciada de experiencias y de la necesaria elaboración de otras palabras, otros relatos por parte de sus habitantes.  Pero esta veta, como menciono, tiene una razón de ser, no existe porque sí. Las representaciones de identidad se sostienen en la reiteración de narrativas folclóricas, esto pasa aquí y en cualquier lugar.

Lo verdaderamente preocupante, a mi juicio, es que desde la DCPC no existan espacios para otras formas de ser-estar en la ciudad. Cuando uno lee las declaraciones del Sr. Hoyos se puede atisbar su virtud de inmovilidad:  ni siquiera existe la preocupación por aperturar un proceso de cambio. Ni siquiera considera la posibilidad de repensar su gestión.

Este asunto no es responsabilidad de un sujeto X, es una práctica política coordinada que alimenta el subdesarrollo: la incapacidad de poder autocriticar, poner en juicio los propios preceptos. Esto es terrible para un artista, nefasto en la función pública.

Esta ausencia de Otredades, en el ámbito de la cultura, deben entenderse, en toda la amplitud de la palabra “cultura”. Hablamos de una ciudad con planificación urbana deficiente, de la carencia real de planes de lectura más allá de las libros de currículo, limitaciones a la noción de lo público, la política de encerrar-enrejar para evitar la delincuencia en lugar de fomentar el uso de la calle y reapropiación de la vida social, poco incentivo a las economías emergentes (recuerdo la prohibición de food trucks en la ciudad, los cierres de espacios en la zona rosa, etc.), cero cuidado ambiental, nula educación vial, etc.

Este conglomerado de situaciones tiene una relación directa con la forma en la que los ciudadanos/as nos vinculamos y entendemos la cultura/arte —competencia de la DCPC— y bueno, ante tantas ausencias, ante tanto debilitamiento del ser ciudadanos, es normal contar con una mayoría que no cuestiona los retratos, las narrativas y los paisajes presentados como arte-cultura.

En este sentido, puedo valorar la gestión de la DCPC como parcializada, atomista y con poca perspectiva para realmente pensarnos como ciudad: lo que prima es el mantenimiento de los privilegios de las élites, mediante el fomento de una iconografía nostálgica y cargada de populismo, ahora en pantallas led y con selfies de instagram

¿Cuál es la concepción de ciudad y cultura urbana que se promueve desde el Municipio de Guayaquil? 

Como lo mencione, es lo más cercano a un feudo. Ni siquiera llegamos a la modernidad. En otras palabras, parecería que las autoridades locales ven a nuestra ciudad como señores feudales depositados en el siglo XXI.  Esta herencia tiene una consigna: el tutelaje.

Cuando autoridades de la cultura (nacional o provincial), se colocan en posiciones de poder absolutas, al estilo “el estado soy yo”, solo develan que en sus administraciones subyace un profundo sentido de tutela. Para ellos, nosotros somos unos seres que requieren ser educados, corregidos, guiados, porque nuestro criterio es pobre o nulo.

La tutela significa el despojo de soberanía y, en los derechos culturales, eso equivale a ser despojado de la capacidad de generar significaciones.

En otras palabras, vivimos en un reino-pueblo de súbditos, no de ciudadanos; consumidores de signos, no creadores de historias.

¿Y el arte? ¿Cómo es entendido y promovido en los eventos culturales municipales?

Como un producto, en el sentido más rancio del término; es decir como algo que carece de valor, pero que tiene precio. Que puede y debe ser cuantificado: cuánta gente acude a un evento, número de funciones, indicadores, matrices.

Al final la tiranía de la tutela se sostiene en el discurso de “pero la mayoría así lo quiere”, “los eventos se llenan”; y por supuesto que lo hacen, pero la masificación de eventos, sin una planificación o sentido de política cultural, solo deriva en convertir a la cultura en una línea de producción más, pierde su valor, adolece de sentido.

Al no ser adultos (porque la tutela despoja de la palabra, de ser responsable: dar respuesta de sí), cualquier cosa es válida, porque no está sometida al juicio, a la crítica; su razón de ser se sostiene en el “bien común”, en “lo que todos piden”.

Una condición fundamental para el desarrollo institucional del arte es su autonomía, la capacidad de tomar decisiones propias sin presiones políticas externas, que garanticen la libertad de expresión de los actores culturales. La censura ha empañado en varios momentos la gestión del Museo Municipal de Guayaquil, pero también ha estado presente, en los últimos meses, en el Centro Cultural Metropolitano de Quito y en el Museo de las Conceptas de Cuenca (por intervención del Municipio de esa ciudad). ¿Cómo valoras estos hechos a la luz de tu experiencia como gestora cultural y activista? ¿Podrías compartir tu criterio sobre la autonomía del arte en la actualidad?

Antes, me permito aclarar que el artista no está llamado a ser gestor cultural, secretario, voluntario o activista.  Esa responsabilidad la estoy enmarcando en el ámbito de la entrevista, es decir le compete a la institucionalidad. En el caso del artista, este ejerce una tensión que impide la domesticación de la cultura, aquello que quieren tanto las autoridades como los fanáticos.

Al artista le toca ser péndulo, siguiendo un vector libertario: el creador no puede reconocer autoridades, ni modelos exitosos, ni ganadores, y básicamente esto debe ser así, no por una pose o tendencia, etc. No rendirle pleitesía al poder es “crearse libertad” como lo señaló Nietzsche. El que está liberado puede hablar, tiene voz.

Esta situación de la censura al arte es mundial, también hemos visto como en Europa se están llevando a cabo juicios por censura.  En Asia, ni se diga. Nuestro país es parte de esa agenda mundial antiderechos. El arte es golpeado, pero también los derechos sexuales y reproductivos, los derechos de las mujeres, niñas, grupos GLBTIQ. La palabra de la Asociación Nacional del Rifle vale más que la vida de los jóvenes por el norte.

Las falencias en el tema cultural son resistencias a la democracia. Este es un asunto de la administración de la vida y de cómo y dónde nos ubicamos en ella, mientras estemos aquí.

Debemos leer las coordenadas. La censura contra el arte es parte de una agenda mucho más compleja que entiende la integralidad de los derechos, pero sobre todo que entiende que por medio del arte se instauran cambios de paradigmas. Desde esta lectura urge no solo la alternancia y la creación de nuevos espacios de discusión, además lo vital es que las voces distintas circulen. Ya no podemos cantar en el desierto, porque no ha funcionado en décadas. Hay que poner en la palestra de los medios, de las universidades, de las escuelas, el debate postergado sobre la democracia, sobre los derechos, porque, como mencione en la primera pregunta, nuestro ámbito de acción (cultura) solo tendrá una capacidad de resistencia y fortaleza en la medida de que la ciudadanía también lo crea.

Caso contrario pasará lo de siempre.  Un grupo de personas, que nos conocemos estaremos objetando lo que ya sabemos. Debemos ampliarnos y proponer ser parte del trabajo en comunidades, en otros lugares no para resolver al Otro, sino para que sea un interlocutor legítimo en la construcción–deconstrucción de sus imaginarios.

Si pudieras ocupar o asesorar a la Dirección de Cultura y Promoción Cívica de Guayaquil, ¿qué objetivos y líneas de gestión priorizarías? ¿qué eliminarías?

Si estuviera en ese cargo lo primero que haría sería conocer qué es lo que la institución tiene armado, sus fortalezas, con qué personal cuenta, qué hacen y por qué lo hacen. Parecería algo obvio, pero soy enemiga de las refundaciones. Creo que los errores políticos básicos están vinculados al gatopardismo, en querer armar todo otra vez, dando de baja las experiencias pasadas y al final la nada. Debemos tener calma, pero trabajar con urgencia.

Así, lo que haría sería auditar, contratar, despedir, solicitar expedientes, en resumen, poner la casa limpia. A la par, emplearía los mecanismos como las reuniones del Concejo Municipal para recaudar propuestas ciudadanas, sistematizarlas y de forma pública presentar la política pública cultural de la ciudad para un mínimo de cinco años.

Ya que me permites fantasear, generaría una línea de acción de vinculación con el sector privado para asegurar recursos, y reactivaría los premios emblemáticos de literatura, arquitectura, artes plásticas y demás. Abriría concursos públicos en todas las áreas y trataría de sincronizarlos a la política del MCYP para que la capacidad de culminación del proceso de la obra artística sea real y no queden tantos proyectos a medio financiar. Eso, en términos muy generales.

Portada: Artículo de Diario El Telégrafo titulado “Las 6 virtudes de Guayaquil llegan a la Plaza de la Administración”.

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