Written by 19:31 Arte Contemporáneo Ecuador

Notas sobre visualidad inkjet

Por Fabiano Kueva

  • Desde hace algún tiempo, me inquietan las imágenes emplazadas tanto en los espacios públicos como en el interior de varios centros culturales del Ecuador que, basados en la tecnología de impresión digital inkjet (inyección a tinta) sobre lona PVC como soporte, diseminan sentidos de diversa orientación y complejidad; y que por su escala se conocen bajo el nombre de gigantografías.
  • Mi primera inquietud tiene que ver con la emergencia de una frontera “local” (o de un giro ficcional en la línea del fotógrafo y teórico Joan Fontcuberta) entre los cánones de la imagen propagandística (cuya función más tradicional es adoctrinar); la imagen publicitaria (orientada normalmente al consumo); y la imagen artística (destinada a una validación estética) que acontece en el dispositivo gigantográfico.
  • Si hace quince años veíamos con naturalidad las familias de ciencia ficción que inundaban las vallas publicitarias de bancos, gaseosas o empresas de telefonía; hoy nos parece normal la imagen de una mujer afrodescendiente anunciando un hospital público o el niño frente a un computador presagiando la llegada del Internet a una parroquia rural. Mientras tanto, y como una extensión de lo anterior, repertorios de fotografía artística, fotoperiodismo e imágenes de acervos históricos, ocupan intermitentemente plazas, bulevares, calles o fachadas mediante cubos y paneles modulares. ¿Podemos las audiencias discriminar entre estos tipos de imagen? ¿Estamos ante el grado cero de la gigantografía?
  • Otra inquietud recae, precisamente, en la caducidad, tanto material como de las representaciones que intenta situar y legitimar la gigantografía. Dependiendo de su origen institucional o empresarial, la vida –y por ende la muerte– de estas imágenes está predeterminada. Las imágenes inkjet tienen una visibilidad de más o menos dos años en condiciones climáticas ecuatoriales, sin embargo la lona PVC es contaminante y se degrada en cientos de años.
  • Nuestros espacios públicos se cubren, descubren y recubren de enunciados referidos a raza, género o clase, dentro de un marco de contingencia discursiva que unas veces apela al “logro gubernamental”, la “celebración bicentenaria”, la “inclusión social” (visual), la simple “apoteosis del consumo” o la pretendida “salida del museo a la calle”. A la par, la mayoría de gigantografías terminan en las bodegas de muchas instituciones y empresas (algunas con suerte son recicladas en objetos utilitarios como bolsos), en la mayoría de los casos la lona PVC termina en los basurales. ¿Significa esto que estamos ante un repertorio visual desechable?
  • Pero ¿es pertinente hacer circular repertorios visuales en el espacio público? En el caso de las imágenes artísticas, cabe mencionar que varias entidades culturales locales han realizado procesos curatoriales de distinta índole, temática y alcances. Sin embargo, la dinámica gigantográfica se mantiene, salvo una o dos excepciones, no existe una reflexión seria sobre los procesos activados por estas imágenes en lo público; despojadas de su contexto y sin más mediación que su propia materialidad, terminan viviendo una suerte de anonimato decorativo, de olvido (de los sujetos representados e incluso de los propios autores) o sometidas a destrucción vandálica. ¿Podemos las audiencias ver estas imágenes más allá de su contingencia institucional?
  • La última inquietud se refiere a los costos (financiados con fondos públicos en el caso de la propaganda gubernamental y de las instituciones culturales) para producir los kilómetros de imágenes impresas en lona PVC destinada a los espacios públicos en los últimos diez años (el costo promedio por metro cuadrado varía entre 5 y 40 dólares). La gigantografía además de ser un soporte habitual en publicidad y propaganda, se ha constituido en una “política cultural tácita” muy generalizada en el país, pues cumple una función territorial, opera como una marca, como una bandera gubernamental, institucional y/o empresarial que coloniza los espacios públicos. ¿El auge comercial de la gigantografía es a la vez el declive político de sus imágenes?

(Continuará…)

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