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Remiendos artísticos para la memoria

Por Pedro Cagigal

El Museo Nacional alojado en la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) está cerrado porque está atravesando un proceso de reestructuración. Su demora y el proyecto en general han generado una serie de críticas y descontento. El espacio ahora vacío simboliza muy bien la relación del país con su pasado; pues en los apuros del día a día, ha sido habitual que el Ecuador descuide su memoria. Pero antes de mirar este descuido y esta pausa como miserias típicas de país subdesarrollado, podemos ver en estos vacíos un gran potencial, ya que han servido desde hace mucho para imaginarnos y pensarnos como país.

La identidad que se construye hasta el presente como ecuatorianidad siempre ha tenido que rellenar sus huecos con fantasías. Los parches que hemos usado para remendar la historia revelan lo que somos tanto como los mismos acontecimientos. El curita Juan de Velasco fue uno de los que inició la tradición en el siglo dieciocho. Sin poder concebir la historia pre-Inca fuera de la idea de un reino unificado, se inventó un Reino de Quito y una historia de jerarquías y conflictos militares que hasta ahora sirven para que algunos rezagados profesores de escuela saquen pecho frente a sus alumnos. A esta ausencia de una nación pre-Inca se le dio una connotación negativa, en vez de una positiva. En realidad éramos un territorio de culturas diversas que intercambiaban y convivían, lo cual puede entenderse como una cualidad más interesante que haberse convertido en imperio. Con la necesidad de una historia ancestral que nos pudiese enorgullecer, con astucia pudimos convertir a Atahualpa en un símbolo nacional, cuando era el Inca que nos venía a anexar. Y así, preferimos concebirnos sometidos a un imperio vecino que como una no-nación.

Ya en el siglo veinte, luego de varias guerras con el Perú, en 1942 se firmó el Protocolo de Río de Janeiro, tras lo cual nos aferramos por medio siglo a un mapa nacional con un territorio perdido. El tamaño importa, dice el mito, y nuestra pequeñez fue el siguiente trauma nacional. En 1944, dos años después del tratado, la CCE abre sus puertas amparándose en el discurso del país pequeño en territorio pero grande en cultura, propuesto por Benjamín Carrión. El Ecuador se merecía una casa de la cultura porque, por su tamaño, no podía despuntar ni militar ni económicamente, menos aún en ciencia. Había que ser modestos y apuntar a la cultura y la espiritualidad para destacar como nación. Y así como el país se aferró a su mapa agrandado, la producción artística se sigue aferrando a su país pequeño, a veces como una herida útil, a veces como una precariedad latente, pero a veces también como reivindicación y posibilidad.

El trabajo sobre la memoria y la historia han sido temáticas constantes en el arte, y el Ecuador no ha sido la excepción. En los últimos años muchos artistas se han volcado a la memoria nacional como punto de partida. Parece que la desmemoria nacional ha provocado una sed de historias que nos conecten y nos recuerden lo que nos une. Posiblemente es por eso que el documental ecuatoriano ha tomado fuerza y ha podido impactar con títulos como “Con mi corazón en el Yambo” o “La muerte de Jaime Roldós”. De una vasta producción contemporánea en estos temas, miraremos tres ejemplos recientes y premiados para abordar la reconstrucción de la memoria y el país pequeño. El primero es el “Archivo Alexander von Humboldt” de Fabiano Kueva que representó al país en la Bienal de Venecia 2015 y ganó uno de los premios Mariano Aguilera 2015-2016. El segundo ejemplo es el documental “Un secreto en la caja” de Javier Izquierdo, que obtuvo algunos reconocimientos nacionales e internacionales, y que provocó un interesante diálogo y varios artículos. Finalmente veremos el “Proyecto reactivación, repotenciación y revitalización de asociaciones obreras” de Oswaldo Terreros, también ganador del Mariano Aguilera 2015-2016  y premiado en la Bienal de Cuenca 2016 como parte del proyecto “Movimiento Gráfica Revolucionaria para Simpatizantes Burgueses (GRSB), Sede social para el libre esparcimiento”.

Curaduría de Antonio Pinto Ribeiro. Junio 3 – Agosto 31 2017, GALERIA MILLENIUM BCP, Lisboa.

La investigación artística iniciada en 2011 que altera las rutas americanas de Humboldt, presenta un corte expositivo en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito (Ecuador) bajo el título “Motivos de Viaje”. 2015.

El “Archivo Alexander von Humboldt”[1] de Fabiano Kueva es una investigación artística que conjuga un tránsito de objetos, memorias, imágenes y performatividad. La propuesta enfrenta y cuestiona el paso de la ilustración por la región y el posicionamiento de un pensamiento universal soportado en la ciencia occidental. Kueva, performando, documentando y recopilando como un Humboldt-criollo, hace una travesía por parte de la ruta del científico alemán, redescubriéndola y resignificándola. Llega hasta Alemania para dejarnos observar cómo la figura del explorador es explotada tanto por el capitalismo como por la identidad nacional germana. Revirtiendo los papeles, el Humboldt-criollo nos pone como observadores críticos del erudito europeo, nos da pistas de sus intereses, de lo que se llevó y de cómo esto fue capitalizado. Su formato de archivo es preciso para la irónica denuncia a la mirada ilustrada europea que nos quiso clasificar y definir. Desde nuestro presente nos volvemos descubridores del ego europeo de antaño, lo que nos sirve para reconocer sus rezagos en el ahora.

Autoretrato, Alexander Von Humboldt (1815) / Retrato Humboldt por Gonzalo Vargas M. (2012)

El archivo es una interesante y compleja sátira de denuncia que se puede alinear a un pensamiento decolonial vigente. Sin embargo, la estrategia de construirse como un “reflejo” de un otro europeo también nos habla de una imposibilidad de entendernos fuera del trauma de la colonia. Edward Said, con su teoría del orientalismo, nos habla de cómo nos hemos construido a través de la mirada occidental, midiéndonos hasta ahora desde sus parámetros y lo que nos diferencia. Así, el reflejo de Humboldt nos pone el dedo en la llaga porque calza en el estereotipo: no tenemos científicos famosos, no somos descubridores o conquistadores del saber y no hemos incorporado una episteme propia que nos permita librarnos de su universalidad. Vemos una figura que desenmascara el discurso ilustrado pero nos deja prácticamente en el mismo lugar, como el reflejo incompleto y menguado de Europa. La pregunta que podemos plantear, en clave de país pequeño y resignado con la cultura, es si esta ficción artística logra satisfacer o trascender nuestro anhelo por un Humboldt local.

Encontramos esta misma posibilidad de saciamiento o trascendencia en el falso documental “Un secreto en la caja” de Javier Izquierdo. La película narra con fluidez y picardía la vida de Marcelo Chiriboga, escritor ficticio que fue inventado por Carlos Fuentes y José Donoso  frente a la carencia de un representante ecuatoriano en el Boom Latinoamericano. Chiriboga pasea por una serie acontecimientos históricos reales como la pérdida de territorio ante el Perú. Nuestro mapa-consuelo inspira el libro más importante del personaje: “La línea imaginaria”, que se acaba convirtiendo en la cúspide de la literatura ecuatoriana. Izquierdo nos complace con una mordaz burla a la escena artística local planteando enemistades y celos entre Chiriboga y otros intelectuales, incluyendo a Benjamín Carrión. En un inicio su libro es censurado en el país pero luego toma reconocimiento. Les voy a contar el final: el Ecuador acaba desapareciendo, cumpliendo la profecía expuesta por el escritor en su obra maestra.

Más allá del juego del falso documental, la creación del personaje de Chiriboga nos ofrece un sustituto frente a una carencia, de manera más explícita que el Humboldt-criollo. Carencia que, por cierto, decepcionaría totalmente a Carrión y su proyecto de pequeña potencia cultural, pues nos quedamos fuera del momento en el que el mundo puso sus ojos sobre la literatura latinoamericana. Marcelo Chiriboga es ahora una realidad, y considerando los hábitos de lectura nacional, posiblemente adquiera más visibilidad que muchos autores reales. El personaje acaba siendo el fantasma del escritor ninguneado, un reproche al país por su descuido a leer y leernos. El sustituto también adquiere una connotación de reivindicación creativa. No necesitamos haber descrito nuestro Macondo, vamos más allá, describimos a quién lo hubiera descrito, para de paso burlarnos y desacralizar un poco a los héroes culturales y al arte en sí.

En ese sentido, “Un secreto en la caja” establece un juego ambiguo en relación al país pequeño: un reproche por no tener vacas sagradas literarias, y al mismo tiempo un burlarnos por no tenerlas, como si hubiésemos trascendido el deber ser que el mundo del arte nos impone. El final de la película puede ser interpretado como la extrapolación y afirmación del país pequeño: el Ecuador desaparece por su falta de cultura. Así mismo, el país desaparece porque “hubo” un Marcelo Chiriboga, porque el arte llegó a ser tan consistente y puro que fue profético, porque cumplimos el sueño de Carrión y podemos irnos en paz.

Oswaldo Terreros / Movimiento GRSB. Mural “Entrega del Progreso al Pueblo”, del proyecto “Reactivación, repotenciación y revitalización de asociaciones obreras de Guayaquil”. Departamento de Investigación Gráfica y Militancia. 2015.

El ejemplo final es el mural itinerante “Proyecto reactivación, repotenciación y revitalización de asociaciones obreras”, parte del proceso GRSB que Oswaldo Terreros viene construyendo desde hace años. GRSB es una suerte de organización política semi-ficticia que le ha servido a su autor para aproximarse al arte contemporáneo a través del diseño gráfico y la investigación de la gráfica política. Aborda con humor la historia política local, complementando y parchando su estética. Sus primeras propuestas pueden ser leídas como una crítica a un activismo artístico liberal banal y apropiativo, a través de su experimentación y puesta en escena. Sin embargo, la parodia y la sátira de GRSB maduraron hacia el simulacro y la acción política de rescate y reconstrucción histórica.

El mural parte de una investigación sobre la estética política del Guayaquil de los cincuenta, sus muralistas y sus técnicas. Retoma la influencia del constructivismo soviético como estética de los obreros rojos en el mundo. La inspiración y primera itinerancia del mural fue el espacio antiguamente ocupado por la Sociedad de Artesanos Amantes del Progreso, en el centro de Guayaquil. La propuesta parece ser, no sin contradicciones, una reivindicación de una artesanía -como técnica y oficio- en función de la política, más que un arte político. El mural permite un guiño a la estética política nacional, fuera de su afianzado matrimonio con el realismo social. No parte de la carencia de una estética o de un movimiento obrero, parte de su olvido. El mural aparece como un espectro de Marx en la ciudad, intentando seducir algún anhelo comunista olvidado. Va más allá de la reconstrucción de imaginarios a través de “reflejos” o “sustitutos”, al vincularnos con un proceso político mundial. Aquí el parche sirve para simular el imaginario de una comunidad políticamente activa. Más allá de un rescate histórico, como el que podría darse desde el cine documental, Terreros se aprovecha de la fastuosidad del formato monumento para crear un substituto histórico políticamente vigorizante.

Ya sea como reflejo post-colonial, como extrapolación del país pequeño hasta el ridículo de sus últimas consecuencias o como un enchulamiento estético de la historia política, estas obras siguen añadiendo significados a nuestra representación nacional. Lo interesante es que lo hacen desde nuestros supuestos vacíos, carencias y olvidos. Nos muestran la maleabilidad de la reconstrucción de la memoria, que obviamente también se da desde la política, la oralidad y la misma historia oficial y/o académica. Es común alterar el relato, es inevitable. Lo importante es proponer este relato como una conversación entre distintos actores y no como un monólogo. El relato tiene que poder interlocutar, mutar y hasta “endomingarse” un poco. Me pregunto entonces, cuál es la urgencia y el apuro de llenar y abrir nuevamente el Museo Nacional (o como lo quieran renombrar). ¿Es por el turismo, los colegios o el sector cultural? ¿No es su misma ausencia la que nos ha hecho centrarnos en él y ponernos a debatir? Sin apuros, y sin dejar de señalar los errores administrativos, podríamos aprovechar su vacío para, a nuestro propio ritmo, meter las manos en la propuesta del museo, investigar e imaginar el cuento que queremos contar. Eso implica decidir -con sus ineludibles exclusiones y disputas- qué voces se van a escuchar, qué actores sociales, políticos y culturales se van a representar, y hasta qué relatos se van a desmontar.

 

[1]             Más información en el blog del artísta. Video parte del archivo: Humboldt 2.0,

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