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«Yo misma»: Exposición de Janneth Méndez en Saladentro

La exposición “Yo misma” de Janneth Méndez es un breve pero potente recorrido por su trayectoria artística. Bajo la curaduría de Cristóbal Zapata, la muestra articula una selección de piezas recientes con propuestas iniciales, algo que nos lleva a reconocer el desarrollo de un lenguaje artístico propio. El material es clave para entender la gramática visual de Méndez. Piel, cabello, sangre y otros fluidos del cuerpo de la artista dialogan con los recursos plásticos habituales para crear mapas, abstracciones orgánicas, palabras cargadas de simbolismo o escenas amatorias, que en lugar de revelarnos algún secreto de su intimidad, nos alejan de ella, en un gesto inversamente proporcional al que realiza cuando nos ofrece sus rastros orgánicos. Sus huellas corporales son trampas de sentido:  el goce intelectual del desciframiento cede ante la especulación más sensitiva.

Muchas veces me he preguntado si tiene lugar el discurso de género en la obra de Méndez. Probablemente sí, pero cabe señalar que lo femenino en su trabajo escapa al estereotipo y a las formas redundantes del arte propagandístico que, en años recientes, hemos visto “a millares surgir” en las derivas menos autocríticas de los activismos. Si se percibe una cierta idea de feminidad en la obra de la artista hay que analizarla con agudeza, porque probablemente no surge de lo que vemos sino de cómo la miramos.

Compartimos en Paralaje el texto curatorial de la exposición “Yo misma”, escrito por Zapata, y un registro fotográfico de las obras.

Ana Rosa Valdez

Arte de enhebrar

La habitación propia de Janneth Méndez es una suerte de taller, peinadora y zapatería, diríase un pequeño cosmos donde ella ha impuesto su orden y desde el cual no solo define su arreglo personal sino su visión de la cosas. La manera como ha organizado y clasificado sus materiales de trabajo dentro de cajas membretadas de cartón dan cuenta del repertorio de técnicas y recursos de los que ha echado mano en su trayectoria: “Lana de Gato”; “Huesos de Pescado”; “Bolas de Pelo”; “Absorbentes de Leche”; “Cabello para Obras”; “Pétalos de Rosa”; “Figuras en Chicle, Pinchos, Elementos Orgánicos”; una taxonomía que hubiera deleitado a Foucault; verdadero boticario de una liturgia mágica, de esa magia blanca de los signos que practica la artista.

Desde 2001, cuando dibujó con pelos los continentes de su Mapamundi se diría que la artista delineó su universo creativo. Desde entonces, Méndez ha usado el cabello para urdir y trenzar morosa y amorosamente una red de significados, una trama de sensaciones.  Nada hay en la intrincada superficie de su obra que no haya pasado antes por sus sentidos; fuera de todo libreto académico la artista usa su saber, su techné para elaborar delicadas y laboriosas metáforas del cuerpo y del deseo, para enhebrar una geografía íntima de la memoria, un personal lexicón de las sensaciones y las emociones (“agobio”, “gotera”, “sombra”, “estornudo” son algunas de esas palabras-llave, de esos passwords de su particular fenomenología de la percepción); para crear, en suma, una constelación de figuras y texturas deslumbrantes por su fragilidad y meticulosidad, por su capacidad para producir las más diversas asociaciones.

Junto al cabello, el otro elemento del que ha echado mano la arista son los fluidos orgánicos (semen, epitelio y primordialmente sangre), como en su reciente serie donde las hebras de pelo tratadas como finas líneas se conectan con patrones geométricos pigmentados de sangre que evocan una estructura molecular, un mapa genético, pues al fin y al cabo la memoria de la madre y la noción de maternidad es uno de los temas que informan su trabajo. Con los residuos y excedentes del cuerpo, Méndez no solo explora el vasto campo del dibujo expandido, sino que hace una especie de arqueología de los afectos, una dermatología de los sentidos; una arqueología que tiene como objeto de estudio las transformaciones del cuerpo y las metamorfosis de la piel.

En el arte ecuatoriano contemporáneo, Janneth Méndez tiene el particular mérito de haber dado forma a ciertas sensaciones y emociones, de haber traducido a textos y poemas plásticos nuestra fisiología, ciertos síntomas de nuestra vida afectiva; las operaciones secretas de nuestro sistema sensorial.

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Cristóbal Zapata

Cuenca, septiembre, 2018


 

  

 

 

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