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Imágenes proféticas, anticipando a Tiko Tiko

Por Pedro Cagigal

En Ecuador, en las elecciones del 19 de febrero de 2017, el reconocido payaso local Tiko Tiko fue candidato a la Asamblea Nacional, por el partido socialista. Perdió. Años atrás, en el 2006, en una exposición sobre política titulada Segunda Vuelta, Pablo Borlandelli presento la acción de arte urbano y performático: Vota Tiko Tiko. Ésta consistía en stencils de campaña y volantes para recortar y pegar la imagen del payaso en las papeletas de votación.

El descrédito de la política local había tocado fondo. Se venían tumbando varios gobiernos y por ahí se golpeó a algún diputado. Los partidos parecían haberse ganado su mala reputación a pulso y Borlandelli no fue el único en asociar a los políticos con la ridiculez del payaso. Circulaban frases como “el congreso es un circo”. La serie Ya Basta!, en la primera campaña de Rafael Correa, también usó el símbolo del payaso para desacreditar al Congreso Nacional, que luego sería reemplazado por la actual asamblea. Había un marcado imaginario sobre el ridículo total de la política.

Ahora Estados Unidos vive una efervescencia de la política del ridículo y a su vez encontramos imágenes que anticiparon la presidencia de Trump. Tal vez la más sonada fue una imagen que circuló en redes sociales en que Los Simpsons supuestamente predecían la campaña de Donald Trump. En realidad no era tal, sino una promoción que hizo Fox posterior al lanzamiento de esta campaña. Sí hubo, sin embargo, un capítulo premonitorio en la serie, cuando Lisa se convierte en Presidente y hereda una economía destrozada por el ex presidente Trump. Esto también fue posterior a la primera vez que Trump coqueteara con la idea de ser candidato en 1999. Otras manifestaciones culturales también fantasearon con un Trump presidente: un video de 1999 de  Rage Against The Machine dirigido por Michael Moore y la película Volver al Futuro III (1990) donde el magnate que domina el mundo es basado en Trump. ¿Acaso estos imaginarios motivaron o posibilitaron el triunfo de esta celebridad?

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Por otra parte, la imagen, de por sí, tiene el poder y la violencia de la anticipación. Jean Baudrillard nos habla de cómo los mapas preceden la realidad y Benedict Anderson de cómo fueron indispensables para hacen posibles los Estados-naciones, fundamentando tanto sus territorios, como las identidades nacionales. Los cartógrafos proyectan imágenes que permiten, aunque no conozcamos los territorios, figurarnos unidos o separados, imaginar lo que hay y lo que nos depara el camino. Cuando visitamos una nueva ciudad nos anticipamos buscando los hoteles más recomendados, lo más atractivo para visitar, nos dejamos guiar por nuestros teléfonos. Los planos anteceden a los lugares y objetos. La actividad en redes sociales predispone como vemos a los otros y como ellos nos miran. Ahora más que nunca precontextualizamos antes de enfrentarnos con algo, con alguien o con el futuro. Imaginamos y luego construimos.
¿Qué nos dicen estas premoniciones? Acaso la producción cultural predice el futuro porque el abismo al que nos dirigirnos es tan obvio. O en cambio, esta visión satírica del mundo colabora en hacer realidad nuestras anheladas distopías, preparándonos para lo que viene, o ¿son ambas dos?

El arte tiene, en su articulación con los imaginarios colectivos, el potencial de materializar nuestras fantasías. Históricamente el arte y la producción cultural han venido aportando y entremezclándose con nuestras ideologías y con la forma en que construimos nuestras sociedades. Con el surgimiento de las primeras artes liberales, en la edad media, el tiempo y el estatus requerido para el pensamiento y la creatividad marcaron una primera noción de libertad individual. Esto se consolida en el renacimiento, y luego con el liberalismo y el Estado liberal, donde ya el concepto de libertad individual se asocia con propiedad y mercado.

Expresiones culturales como la fotografía, el cine, la literatura y demás son las ventanas comunes a través de las cuales nos acercamos a los otros, a lo que fue, es y será. El arte ha jugado mucho con lo que podría ser. La ciencia ficción, rama especializada en el futuro, inicia con un  pensamiento utópico, cuando el católico conservador Tomás Moro imagina un mundo sin dinero. Pero hoy en día la utopía se ve cada vez más como ingenua y cursi, predominan las distopías.

Hace más o menos una década, un pensamiento utópico reflejado en una imagen también antecedió al presidente Obama. El famoso póster de Hope fue realizado por el artista urbano Shepard Fairey, que vio en un político negro un signo de un futuro mejor. Luego de sacar un tiraje pequeño, la imagen se popularizó convirtiéndose en la imagen “no-oficial” de la campaña. El actual imaginario que precede a Trump, en cambio, nos remite a una revancha satírica y distópica. La imagen hace que famosos como Trump o Tiko Tiko puedan soñar con ser representantes políticos. Ambos vienen certificados por una política de la celebridad, que antes parecía ser una herramienta que los partidos usaban, y ahora más bien parece que la celebridad ha secuestrado a la política, erosionando los discursos y los horizontes, haciéndonos concentrar solo en aspectos de la personalidad pública.

Pero hay obvias diferencias entre Trump y Tiko Tiko. La primera es la política de cada símbolo: Trump es ahora una marca global, asociada al éxito económico y los más obscenos anhelos capitalistas. Mientras que Tiko Tiko es un famoso de la televisión local que hace un tiempo retomó notoriedad por ser mencionado en dos capítulos de LastWeek Tonight with John Oliver, referentes a Rafael Correa. En el primero usó la imagen de Tiko Tiko para ridiculizar la sabatina, y en el segundo el presentador se disculpó por usar al nacionalmente querido payaso. Vemos que, en conjunto con el aspecto negativo de la asociación payaso-política, hay también un poderoso afecto nostálgico: una memoria común de nuestra infancia. Yo, por ejemplo, aún recuerdo una de sus melodías para estar seguro del orden de los planetas. Borlandelli dice sobre Vota Tiko Tiko: “Si alguien tiene que ganar que sea un payaso con trayectoria y categoría, (….) que gane un payaso de verdad.” Los afectos son muy motivadores en la política, un ejemplo de esto es el cómico Giuseppe Piero, o mejor dicho Beppe Grillo, que con una estrategia populista/celebridad quedó segundo en el voto popular de las últimas elecciones italianas.

Pero tal vez la diferencia crucial con Trump es que Tiko Tiko nos muestra la otra cara de la imagen. La imagen representa a Trump y éste representa a su imagen. Tiko Tiko en cambio es una imagen sin nadie detrás. Y por eso Ernesto Huertas Carrillo, no ganó. Ese nombre que posiblemente les suene nuevo es el candidato que está en la papeleta por el Partido Socialista, el desconocido detrás del payaso. Ernesto no es si mismo, él está jodido por su imagen. Ernesto es colombiano de nacimiento pero nacionalizado ecuatoriano, es Comunicador por la Universidad Complutense de Madrid y tiene cuarenta años de experiencia artística. Pero, como sabemos eso pasa a segundo plano. Para la mayoría, que no lo conoce, él está desvanecido, solo existe Tiko Tiko. La imagen lo precede y lo define. Esa misma imagen que lo deja fantasear con ser candidato y al mismo tiempo conjuga los perjuicios de un símbolo despreciado en la política. Su imagen lo ha invisibilizado como persona y hace que casi nadie logre identificar el nombre que salió en la papeleta. En las papeletas no hay como poner alias o alter egos, legalmente solo hay Ernesto Huertas, una cara sin maquillaje, sin singo. Su historia se asemeja a la del mexicano Super Barrio, un activista que detrás de una máscara de lucha libre, inspirada en el imaginario de El Santo, organizaba manifestaciones y acciones políticas. Su máscara y anonimato tampoco le posibilitaron ser candidato político y aprovechar de su capital social. En estos ejemplos, la imagen “se traga” al sujeto, y de alguna forma podemos decir, sin querer menospreciarles, que en el sentido de lo público no hay nadie detrás de la máscara. Como estrategia de campaña, el gran reto de Ernesto era asociar su nombre a la imagen, y parece que no lo pudo lograr.

Cuando era pequeño llegaron los Harlem Globetrotters a Quito. Fui a verlos. Tiko Tiko estaba ahí, y desde donde me encontraba podía verlo en el camerino… fumando. Algo de mi inocencia se fue, y en algo maduré. Ahora que lo pienso, es porque pude ver a Ernesto, no a su imagen. Verlo como candidato me refrescó ese recuerdo. Estoy a favor de que un payaso fume o sea candidato. Creo que es un ejercicio que nos permite enfrentarnos críticamente con la imagen y también madurar. Las  imágenes anticipatorias de Tiko Tiko y Trump son visiones sátiras que se transforman en posibilidades reales. La sátira se convierte en una herramienta ambigua, que si bien puede ser reflexiva, puede ser también la mejor amiga del desencanto y el antónimo de la utopía.  A veces la sátira acaba funcionando como un ejercicio de aceptación del mal inevitable. Por suerte Tiko Tiko es un payaso bonachón, medio socialista e inofensivo a la final, y no es un símbolo de apocalipsis capitalista. La imagen tiene el poder de colaborar a construir futuros, así que imaginarán bonito de vez en cuando.

Texto de Pedro Cagigal

Edición de Susan Rocha

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