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¿Cómo se cuenta la historia de Guayaquil en el Museo Municipal? Entrevista con Ángel Emilio Hidalgo

 

Por Ana Rosa Valdez y Gabriela Fabre

Ángel Emilio Hidalgo (Guayaquil, 1973) es historiador, poeta y catedrático universitario. Candidato a Doctor en Historia por la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla; Magíster en Historia Andina y Especialista Superior en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, y Licenciado en Ciencias Sociales y Políticas por la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.

Hidalgo es autor de los siguientes libros de historia: Guayaquil. Los Diez. Los Veinte, Entre dos aguas. Tradición y modernidad en Guayaquil (1750-1895), El artesanado en Guayaquil. Gremios, Sociedades Artesanales y Círculos Obreros (1688-1925), Aporte y legado de los migrantes en Guayaquil, 1860-1982, El pensamiento integracionista de Simón Bolívar y Sociabilidad letrada y modernidad en Guayaquil (1895-1920).

También es autor de los poemarios: Beberás de estas aguas (1997, Premio Nacional de Poesía “Ismael Pérez Pazmiño”), El trazado del tiempo (2003, Mención de Honor Premio Nacional de Literatura “M.I. Municipalidad de Guayaquil”) y Fulgor de la derrota (2009). Aparece en varias antologías publicadas en Ecuador, América Latina y España.

Actualmente se desempeña como Docente en la Universidad de las Artes. Es miembro de la Academia Nacional de Historia y mantiene una columna semanal en diario El Telégrafo sobre historia de Guayaquil y del Ecuador.

En tu trayectoria profesional sobresale tu labor como historiador —en el 2014 entraste a formar parte de la Academia Nacional de Historia—, así como docente universitario e investigador cultural. Fuiste parte del equipo curatorial de la exposición “Umbrales del arte moderno del Ecuador”, inaugurada en el 2004 en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC). Te desempeñaste como profesor de Cultura Ecuatoriana en el ITAE, trabajaste en consultorías sobre patrimonio cultural para el INPC, y actualmente eres docente de la Universidad de las Artes. También has realizado estudios históricos sobre Guayaquil y su conformación como una ciudad moderna en el siglo XIX y XX. Desde estas experiencias, ¿cómo valoras los programas y actividades de la Dirección de Cultura y Promoción Cívica que durante 26 años ha estado bajo la administración del Arq. Melvin Hoyos?

Me parece que ha sido una etapa previsible en términos de la orientación ideológica de un grupo político y de gran poder económico que se ha mantenido por 26 años en el gobierno local, pues se ha trabajado en función de una mentalidad oligárquica que ubica a la cultura como algo subsidiario en la vida “económicamente productiva”, casi como un atributo que “adorna” a los espíritus inquietos. Digo esto porque en todo este tiempo se ha visto el despliegue de eventos que difícilmente rompen con los moldes de lo que tradicionalmente se ha entendido como “cultura”, moviéndose en el ámbito de la “alta cultura”, una aspiración a la que, según ellos, debe acceder “el pueblo”. Esto último implica no solo la puesta en escena de una estética, sino la elección de una ética, la que, en nuestro medio, frecuentemente se confunde con una moral cristiana. Y cuidado que no estamos hablando del Opus Dei, sino de una Dirección de Cultura municipal que, antes de Hoyos -recordemos la censura a la obra “La Adolorida de Bucay”, de Hernán Zúñiga, en el periodo de Paco Cuesta- y con él, ha sido la abanderada de una cruzada moralista, reaccionaria y decadente en el arte local.

 

La exposición histórica del Museo Municipal —que no ha sido renovada desde hace varios años— plantea una versión oficial de la historia de la ciudad que, como todo relato, resalta determinados hechos mientras se excluye otros. Como historiador, ¿cuál es tu opinión sobre el guión museológico y museográfico de esta muestra? ¿son pertinentes aún sus contenidos?

Nuevamente reparo en la visión ideológica de los mentores de este museo histórico, lo que nos ayudaría a entender la construcción de un relato que se observa hegemónico en la ciudad. Tal como está concebido, el Museo Municipal de Guayaquil es un museo del siglo XIX, en primer lugar, porque los objetos antiguos que se exponen, con sus excepciones, son los mismos que existían en la época de Camilo Destruge (1863-1929), su primer director. En 1909, cuando el museo se inaugura “oficialmente”, luego del primer intento de 1863, este abre sus puertas con salas de arqueología, arte colonial y numismática. En la actualidad, están las mismas salas, más las de independencia, república y siglo XX (como si el siglo XX no fuera parte de la república). Y la museografía sigue siendo la misma: objetos apiñados y ordenados cronológicamente, sin cuestionamientos ni sobresaltos; es decir, la sucesión de imágenes predecibles, como un gran álbum familiar donde todos sonreímos y somos felices por siempre.

Pero la calentura no se encuentra en las sábanas. A mi modo de ver, existen dos problemas mayúsculos, estrechamente ligados: el relato histórico y la representación. En el primer caso, se trata de una historia escrita “desde arriba”, donde únicamente aparecen los nombres de los grandes personajes (por supuesto masculinos, blancos, adinerados), los “patricios” de una ciudad que se regodea en los lugares comunes de una “guayaquileñidad” elaborada y sostenida por un discurso racista, clasista y sexista. Esta visión incompleta y sesgada, de origen e inspiración claramente oligárquica, impide que las guayaquileñas y los guayaquileños accedan a otras lecturas e interpretaciones de nuestra historia, más plurales e incluyentes.

Y en cuanto a la representación, la ciudadanía responsable de Guayaquil pide a gritos que el “museo de la ciudad” exhiba un relato museal donde no solo aparezcan los presidentes de la república, sino también los más importantes sujetos de la historia: los actores colectivos, quienes en nuestro caso son los montubios, los cholos, los afrodescendientes, los indígenas, los migrantes, los artesanos, los obreros, la gente de los barrios, los GLBTI, los artistas, los medianos y pequeños comerciantes.

La historia de la ciudad es materia importante en la educación de los ciudadanos y ciudadanas, quienes tienen el derecho de conocer su pasado para comprender la construcción del presente. ¿Cómo se ha escrito la historia de Guayaquil desde las instituciones públicas locales? ¿Desde qué otros lugares se ha realizado esta labor?

La historiografía guayaquileña está en deuda con los nuevos tiempos, pues tiene que actualizarse con los últimos enfoques, visiones y perspectivas de la disciplina. La historia que se escribe en nuestra ciudad es abrumadoramente institucional, lo cual demuestra la extrema debilidad de un campo que no ha podido profesionalizarse. El problema no es solo la falta de historiadores académicos y titulados, sino la ausencia de una infraestructura que promueva la investigación y la escritura de la historia como una profesión y no como un “hobby” para coleccionistas o aficionados. En esto, ha tenido mucho que ver el desenlace de procesos tristes como el fin del Archivo Histórico del Guayas, que fue un importante centro de investigación histórica y capacitación docente entre 1997-2010, hoy convertido en un salón de eventos de cualquier índole y calidad; así como, años atrás, el desmantelamiento de los equipos de investigación del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo, entre 2004-2005. Creo que ya es hora de hacer un balance de lo que dejó el área cultural del Banco Central a la ciudad y sobre todo, de la gestión de un Ministerio de Cultura que, luego del cacareado traspaso de los bienes del Banco, no estuvo a la altura de su responsabilidad histórica, al menos en Guayaquil.

Los monumentos recientemente construidos en la ciudad han desatado polémicas acaloradas, pero también expresan el gusto de ciertas élites. De acuerdo con tus investigaciones sobre arte y espacio público en Guayaquil, ¿cómo valoras estética y culturalmente estas propuestas?

Estas propuestas revelan la concepción y visión que tienen las élites sobre la ciudad. En los monumentos públicos se transparentan los ideales y valores del sector hegemónico, en tanto marco social, a partir del cual se construyen los relatos y se elaboran “marcos de interpretación” que sostienen los sentidos y representaciones que hacen estos grupos de la historia, la memoria y la identidad.

En el caso de los monumentos erigidos, el sujeto enunciador es el Estado, a través del gobierno local (Municipalid de Guayaquil), quien ha desplegado el discurso de la “guayaquileñidad” como dispositivo cohesionador de rasgos uniformes que nos remiten a un pasado “glorioso”, “libre” y “autónomo”, en clara oposición al “centralismo” de Quito. En una entrevista a la revista Mundo Diners, el año pasado, Melvin Hoyos confesaba que su principal objetivo como Director de Cultura municipal “es recuperar la identidad cultural de este pueblo” para “obtener con mi trabajo un pueblo más orgulloso de su origen y más deseoso de emular la herencia de sus antepasados”. Por lo visto, este norte se encuentra presente en los últimos monumentos, donde se le “recuerda” a la ciudadanía lo trascendental que ha sido para Guayaquil la hospitalidad burguesa, metáfora de las instituciones cristianas de la beneficencia y la caridad (monumento de las manos que casi se tocan), así como las tradicionales “virtudes” que dicen representar el “liderazgo”, la “solidaridad”, la “libertad”, el “valor”, la “generosidad” y la “fortaleza”, todos valores atribuibles a los personajes de una historia que, como ya se ha dicho, se escribe desde arriba. En realidad, estos valores, hoy presentados como imperativos categóricos, son elementos retóricos totalmente funcionales al discurso de un “Guayaquil independiente”, en el cual, las atemporales nociones de “libertad”, “valor” y “generosidad”, fundamentan el origen y destino de una ciudad que se considera superior al resto de sus hermanas ecuatorianas. Lo curioso, triste y contradictorio, a la vez, es que en uno de los momentos más duros y críticos para el país, como fue el latrocinio del feriado bancario de 1999-2000, el Alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, dijo que “si alguien quiere volver al Tahuantinsuyo tiene derecho, pero los guayasenses van a ejercer su autonomía de cara al 2001”, haciendo así un llamado a que Guayaquil y Guayas le den la espalda al Ecuador. ¿Dónde queda, entonces, la proverbial valentía, solidaridad y generosidad guayaquileñas?

Si pudieras ocupar o asesorar el cargo de Director de Cultura y Promoción Cívica de Guayaquil, ¿qué líneas de trabajo establecerías? ¿qué cambiarías o eliminarías?

Me asesoraría con los mejores profesionales de cada una de las áreas que forman parte de mi competencia administrativa, para llevar adelante una gestión más incluyente, destinada a que existan las mismas oportunidades en los ámbitos de la creación, la investigación y la gestión cultural. Intervendría en todos los barrios de la ciudad con proyectos artísticos y culturales, con énfasis en la investigación y la vinculación comunitaria, recogiendo sus necesidades y transformando sus demandas en proyectos realizados por ellos mismos, para así tratar de igualar las disparidades que existen entre la cultura de élite y la cultura popular.

Imagen de portada: Artículo publicado en Diario El Comercio

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