Written by 07:53 Historias del arte ecuatoriano

Mauricio Bueno, in memoriam

El pasado 13 de octubre Mauricio Bueno (Quito, 1938-2023), uno de los grandes maestros del arte del siglo XX, falleció en la ciudad de Quito. En Paralaje rendimos un homenaje al artista a través de un texto inédito de Susan Rocha y el ensayo de Cristóbal Zapata, publicado en el libro 101 Arte Contemporáneo Ecuador, publicado por Eacheve.

Mauricio Bueno: la exploración de la percepción

Por Susan Rocha

Mauricio Bueno, un artista de la percepción, logró reconfigurar horizontes y desafiar las leyes de la gravedad y la lógica con una sencillez sorprendente. Con tan solo un par de gafas equipadas con contenedores translúcidos llenos de agua, era capaz de retar la sensación del espectador con solo mover la cabeza y observar. Sus fotografías autorretratándose en un barco en medio del mar, giradas y multiplicadas, se resistían a las convenciones visuales. Igualmente, su autorretrato ubicado en varias ventanas de una casa y colocado en distintas direcciones, haciendo de sí mismo un ser omnipresente, me recuerdan a las teorías de vidas simultaneas o de los universos paralelos.

Bueno también desafió la gravedad de manera poética y artística. Sus agujas se resistían a caer verticalmente, algunas pelotas levitaban sobre estructuras de acrílico y mangueras transparentes transportaban agua de forma ascendente y descendente, así como, en otras obras la llevaban hacia la dirección de las manecillas del reloj y viceversa, como jugando a moverse en el tiempo, al pasado y al futuro a la vez. Con ritmos predefinidos, fue creando una danza visual que atrapaba a quien se detenía a mirarla.

Al plasmar paisajes cartográficos con meridianos y paralelos, logró que Quito, Cali y Londres colindaran en su obra. Sus vistas oceánicas eran representaciones científicas basadas en datos de la profundidad del mar. Con un papel trazado a lápiz y quemado, sintetizó los cambios solares a lo largo del día, y quemó un dibujo elaborado con pólvora para crear un vestigio de la “cultura Bueno” que se apreciaba desde arriba, apropiándose de las líneas de Nazca. En todas estas creaciones, subyacía una constante inquietud por la alteración de la percepción del espacio-tiempo, una inquietud que resonaba también en la ciencia ficción de la época.

Mauricio Bueno. Fotogramas. 1970

Bueno tenía un interés vehemente por explorar los efectos de la luz, la transparencia y los espejos en los objetos. Se centró en la luminiscencia del neón y el láser, desde la década de 1970, como ejemplifica su icónica obra “Quito luz de América”. Estos dispositivos le permitieron jugar con efímeros y vibrantes rojos, creando obras que aparecían y desaparecían en medio de una sala oscura. También le posibilitaron el explorar una cuarta dimensión dentro de trabajos bidimensionales, como se aprecia en sus ventanas y espejos con marcos deformados que se auto-reflejan.

Como arquitecto, propuso proyectos visionarios que a menudo quedaron como ideas, como un puente recto en el puerto de Cádiz tan grande que desafiaba la curvatura de la Tierra, destinado a ir al cielo. Imaginó un mirador gigante, circular y transparente para observar la ciudad desde lo alto, y una escalera que apuntaba a la luna. Sin embargo, logró materializar una pileta iluminada con luces de colores que se convirtió en un símbolo para Quito durante la década de 1980. Era un lugar mágico que atraía a multitudes, especialmente en las noches, recuerdo, de niña, que parecía como si presenciáramos absortos un acto de magia. A esto se suman varias casas la luz y la influencia de la New Bauhaus era evidente. 

La vida de Mauricio Bueno se entrelaza estrechamente con su obra. Su paso por el Massachusetts Institute of Technology (M.I.T.) le permitió fusionar el arte con la ciencia y la tecnología, creando obras cinéticas donde él, como si fuera dios, manipulaba el agua, el fuego y el viento con maestría, como se aprecia en su obra Huerto en llamas. Su legado es una celebración de la unión entre la creatividad y la exploración de la percepción en el espacio y el tiempo. 

Finalmente, Mauricio Bueno fue un artista bisagra que abrió puertas para el arte contemporáneo, además, como docente fue una importante influencia en varios de sus estudiantes. Con certeza, uno de los grandes se ha ido.

Quito, 14 de octubre de 2023

Mauricio Bueno. Manguera Lumínica. Boston. Manguera con luces de neón. Vista nocturna. 1972. (Con Howard York)

Mauricio Bueno. Manguera Lumínica. Boston. Manguera con luces de neón. Vista diurna. 1972. (Con Howard York)

MAURICIO BUENO (Quito, 1938) 

Por Cristóbal Zapata

Mauricio Bueno. Quito, luz de Améric. 1976. Tubos de neón sobre madera. 34,5 x 35 cm. Foto: Javier Escudero

Mauricio Bueno ocupa un espacio singular en el arte ecuatoriano por tratarse del primer artista que trabajó con hipótesis científicas y tecnología, cuando este campo a comienzos de los setenta se encontraba completamente fuera del alcance y del interés de la escena nacional. Desarrolló su obra pionera en Estados Unidos, como fellow en el Center for Advanced Visual Studies del MIT, fundado y dirigido por el artista y teórico húngaro Gyorgy Kepes. Los proyectos de Kepes estaban vinculados a su práctica docente y tenían como foco central las investigaciones sobre los principios de la luz. Estos incluían la fotografía, el diseño de objetos cinéticos a gran escala y la elaboración de sistemas que involucraban organismos ambientales y ecológicos. Durante su etapa norteamericana la obra de Bueno está directamente vinculada al magisterio de Kepes, y al fervor social y político que experimentaba la sociedad a nivel planetario, cuando las artes asistían a una transformación definitiva y las ciencias a una revisión cualitativa de sus fundamentos metodológicos y epistemológicos. Aunque el artista ha insistido que no se propuso representar los fenómenos naturales, sino que se planteó estrictamente “presentarlos”, no cabe duda que generó nuevas formas de representación al explorar la naturaleza a través de teorías y entornos de experimentación científico-tecnológica.

Previo a esa etapa, Bueno vivió en Colombia, donde se graduó de arquitecto en la Universidad Nacional de Bogotá. Allí trabajó en el Centro Interamericano de Vivienda y Planeamiento, un programa de la OEA concebido para investigar la arquitectura y los asentamientos populares en el continente. En ese contexto, el artista construyó una casa con ladrillos de petróleo, utilizando residuos de la Standard Oil. En 1972, en el Cincinnati Contemporary Art Center, volvería sobre el tema con su Propuesta para vivienda, una instalación de claro corte conceptual —que recordaba algunas propuestas del land art—, donde al artista simuló la planta de una construcción emplazando hitos de señalamiento sobre la tierra. Ese mismo año, en la Bienal de Arte Coltejer de Medellín, Bueno obtuvo el primer premio con su pieza hidrocinética 49 tubos, instalación donde exploraba el fenómeno físico de la gravedad y donde, además, compartió con Kepes un premio por su obra Flame Orchard (Huerto en llamas), un artefacto trabajado al alimón con su mentor y con la cooperación del músico Paul Earles, donde la vibración de las flamas traducía la resonancia de los bajos, tal como lo indicaba la partitura creada por el compositor.

Una de sus primeras obras en el MIT es la serie Fotogramas (1970), inscrita dentro de los estudios que Bueno había empezado a realizar en torno a la percepción de la luz. Se trataba de un conjunto de fotografías que registraban los efectos visuales de la proyección de la luz sobre hojas de aluminio dobladas, de modo que los haces de los rayos y las sombras configuraban estructuras geométricas y abstractas. Estas obras de marcado carácter indicial, en tanto se proponían capturar la efracción y refracción de la luz, constituyen un momento único en la historiografía de la fotografía ecuatoriana.

Mauricio Bueno. Espiral III. Cambridge. Manguera, agua, aire y bomba. Col. MIT. 1971

El agua, el fuego, el aire, el magnetismo, la gravedad, y de manera especial, el horizonte, son los fenómenos naturales en los que centraría su atención durante esos años. Para la serie Espiral III (1970), desarrolló un conjunto de esculturas hidrocinéticas interconectadas, con rollos de manguera transparente en forma espiral, dentro de las cuales circulaban corrientes de agua accionadas por un motor. El poderoso simbolismo de la espiral —ya presente en la coetánea Spiral Jetty de Robert Smithson— asociado al origen y a la continuidad espaciotemporal, era el subtexto de este experimento cinético, pues el agua circulaba en sentido centrífugo (es decir, hacia el futuro) y centrípeto (hacia el pasado). Al igual que otras piezas del primer Bueno véase su Velo de agua, de ese mismo año— esta obra está asociada a las prácticas procesuales entonces en boga en Estados Unidos. Guardando las escalas, cabe relacionar este trabajo con algunas preocupaciones en torno al tema del agua que había empezado a desarrollar el artista argentino Gyula Kosice en Buenos Aires.

Dentro de su profundo interés por la interacción con el medioambiente, en 1970 Kepes invitó a un grupo de artistas a planificar intervenciones sobre el río Charles en Massachusetts. Fruto de esa iniciativa es la instalación Túnel sobre el río Charles (1972), un túnel de polietileno inflado por un motor de aire de dos metros de diámetro y cien metros de longitud desplegado sobre el río, que creaba un canal de comunicación y transformaba el paisaje fluvial y urbano momentáneamente. La propuesta, inscrita dentro del espíritu del land art, constituye una intervención poética en el entorno y anticipa con mucho a megaproyectos como The Floating Piers (2016) de Christo y Jeanne-Claude.

El horizonte es otro tema al que Bueno ha dedicado sus indagaciones artísticas. En 1972 confeccionó sus Anteojos, unos lentes en cuyos cristales comprimió parcialmente un líquido anticongelante, a modo de un horizonte marino. Bueno se fotografió con los lentes en un pequeño ciclo de autorretratos insinuando el potencial performático de la pieza. Este objeto surrealista que recuerda la gafa monocular de Marcel Mariën (L’introuvable, 1937) —como bien lo ha visto el crítico Juan Manuel Bonet—, viene a alegorizar la relatividad e inestabilidad de nuestra percepción espacial.

Ya de vuelta a su ciudad natal, Bueno presentó su objeto escultórico Quito, luz de América (1976), una construcción en neón que, al usar un recurso publicitario, ironizaba sobre la grandilocuencia de los apelativos y la espectacularidad de los relatos históricos a la vez que redefinía en su concisión caligráfica de ideograma oriental —y desde una mirada minimalista— las perspectivas del paisaje quiteño, motivo de una prestigiosa tradición pictórica. En 2017, una tercera versión de esta obra fue solicitada por el Guggenheim de Nueva York para su colección. 

Close