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Doce artistas opinan sobre el Museo Municipal de Guayaquil #12 José Hidalgo-Anastacio

Por María Gabriela Fabre y Ana Rosa Valdez

Hace algunas semanas el Director de Cultura y Promoción Cívica del Municipio de Guayaquil, Arq. Melvin Hoyos, declaró que a pesar de mantenerse 26 años en el cargo no hay nadie preparado para sucederlo. Presentamos doce entrevistas con artistas que actualmente viven en la urbe para conocer sus opiniones sobre la gestión del Museo Municipal de la ciudad donde su figura ha sido gravitante. Varios de ellos han obtenido premios y reconocimientos en eventos organizados por aquella institución, a más de ser docentes universitarios con experiencia.

Hemos convocado a creadores y creadoras emergentes, de mediana y larga trayectoria, en su mayoría personajes de indiscutible relevancia en la escena local y nacional. Esperamos que estas declaraciones contribuyan a analizar las políticas y programas culturales del gobierno local, y más en específico del Museo Municipal, en un sentido crítico y reflexivo.

José Hidalgo-Anastacio (1986) es artista visual. Realizó sus estudios de artes visuales en el Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE). Vive y trabaja en Guayaquil (Ecuador). Ha realizado cinco exposiciones individuales: “Las cuatro esquinas del mundo” (2015), “Wenn hier dort wäre” (2014); “ISOs – PHYSIS – EGOs” (2013); “Feel at home” (2013); y “Light – Shine & Shadow” (2010). Y ha participado en diferentes exposiciones colectivas, entre ellas:  “Artificios para sobrevivir” Centro Cultural Ccori Huasi en Lima  (2011); “Campo de Asociaciones”, en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) de Guayaquil  (2011);  “The Use of Everything”, en Center on Contemporary Art (COCA) en Seattle   (2012); y la XII Bienal de Cuenca, “Ir para volver” (2014).

Ganador de la segunda edición del Premio Nuevo Mariano Aguilera, del Centro de Arte Contemporáneo de Quito (2015); el V Premio Arcos Dorados en arteBA, Buenos Aires (2014); la I edición del Premio de Arte Batán (2013); la V Bienal de Artes no visuales, y el LII Salón de Julio de Guayaquil (2011).

En el año 2017 participó en el programa de residencias artísticas de Flora, ars + natura, un espacio para el arte contemporáneo en Bogotá dirigido por el curador José Roca.

 

¿Qué opinión tienes de la gestión cultural del Museo Municipal de Guayaquil?

Las declaraciones/autoafirmaciones testostéricas de Melvin Hoyos son bastante osadas, y constituyen –en sí mismas– una pequeña muestra de cómo, tristemente, el cargo que ostenta se le ha hecho grande de forma inversamente proporcional a sus años de experiencia.

La gestión cultural del Museo Municipal[1] tiene que ser analizada y debatida profundamente, pues constituye una muestra de cómo se concibe lo cultural desde una administración municipal que ha tenido continuidad ideológica (social cristiana) por más de un cuarto de siglo.

No creo que haya políticas culturales inequívocas, pero sí creo que el papel y la responsabilidad que tiene una entidad pública local dedicada a la cultura es tratar de hacerse preguntas continuamente, y proponer o escuchar activamente posibles respuestas. La gestión actual no lo ha hecho desde hace tiempo, o por lo menos no lo ha demostrado en su accionar.

La Dirección de Cultura del Municipio del cantón Guayaquil obviamente tiene en su competencia a la ciudad de Guayaquil, pero también a los espacios rurales y localidades más pequeñas del cantón. Lo subrayo para recordar que el espectro cultural y territorial al que debe responder esa dirección es tan diverso como complejo. Incluso, dentro de la misma ciudad, existen distintos contextos socioculturales que requieren modos eficaces y eficientes de proponer, hacer y operar proyectos, teniendo en cuenta su especificidad, y considerando, además, cómo estos contextos pueden participar de una política de acceso y valorización de las culturas que constituyen los territorios urbanos y rurales de todo el cantón[2]

Teniendo en cuenta que Guayaquil, como ciudad y cantón, está constituida por habitantes diversos, con tienen orígenes culturales ricos y múltiples, vale la pena preguntarse: ¿Es suficiente para todo un cantón enfocar la cultura en un nivel cívico genérico, que tiene su apoteosis en el 9 de Octubre y el 25 de Julio, con actividades como enseñar a bailar Guayaquileño, madera de guerrero? Ahora mismo, ¿existe un posicionamiento institucional que tenga en cuenta el flujo del capital simbólico-cultural entre las ruralidades, lo urbano y la condición multicultural de la ciudad? ¿Por qué no articular de manera efectiva redes de oferta cultural e intercambio en el cantón? ¿Qué se hace para visibilizar, poner en valor y empoderar a grupos y colectivos cuyas manifestaciones culturales existen y se dan desde un lugar subalternizado?

Se necesita garantizar/propiciar que los ciudadanos tengan un acceso a…  Me refiero a una accesibilidad producto de dejar de entender a los museos únicamente como repositorios y espacios de resguardo/defensa de patrimonios materiales o intangibles congelados[3]. Y concebirlos, más bien, como lugares/oportunidades de encuentro que deben inyectar movilidad, dinamismo y diversidad a la escena cultural; reconociendo la multiplicidad de sus públicos potenciales, y haciendo accesibles recursos y herramientas de trabajo a los actores culturales que están generando, profesionalmente, sentidos/experiencias artísticas, culturales, recreativas, pedagógicas e investigativas.

Por mucho tiempo la visión de ciudad, comunidad y la cosa cultural ha sido ejercida desde un unívoco y cuestionable paradigma de lo urbano. Pero lo urbano entendido desde una concepción histórica, “modernosa”, higienizante y condescendiente, que antes de ver ciudadanos y sujetos culturales, primero ve una masa –asumida principalmente como urbana o con aspiraciones urbanas– a la cual redimir por medio de un homogenizante sentido de CULTURA y CIVISMO (totalmente con mayúsculas)[4].

No sé si esto sólo tiene que ver con Melvin Hoyos, si es una situación generacional, una ideología naturalizada desde la administración municipal, o un combo de todo lo anterior. Mas resulta preocupante porque se prioriza una aspiración cuasi metropolitana en un sentido colonial, o en el mejor de los casos desde un acartonado –y perversamente bien intencionado– horizonte pedagógico abocado a producir urbanitas decimonónicos. Hay un problema muy fuerte al concebir al ciudadano en minoría de edad, incapaz de decidir o de hacer crisis.

También por ello se plantean posturas mal encausadas que dan lugar a estrategias demagógicas y quiméricas, como la correspondencia entre concebir la esfera pública exclusivamente como el lugar del control y la vigilancia —en detrimento de su condición de lugar de la libre expresión y circulación[5]— y el flamante programa de estatuaria monumental, rebosante de espectacularidad, gigantismo y un anacrónico civismo romanticista —una labor que incluso excede a las pretensiones de higiene, moral y progreso de la primera modernidad del s. XIX[6], y se dirige hacia una especie de cuasi nacionalismo—.

Esta gestión sistemáticamente ha intentado posicionar unas esencialidades ontológicas, unas ideas del ser guayaquileño peligrosamente terrígenas y excluyentes, que exacerban la intolerancia a la diferencia, y han auspiciado nefastamente un limitado y unidireccional deber ser para las personas de a pie: de cómo debe sentirse, entenderse, conducirse y apropiarse lo cultural y el espacio público.

Hemos ido naturalizando formas de ver y vernos como sociedad urbana, a tal punto que casi por inercia (en menor o mayor grado) ejercemos un locus normalizador que establece aproximaciones polarizadas: se está de acuerdo, o por lo menos se aparenta estarlo, o uno debe abrirse y asumirse como outsider. Esto ha sucedido porque el diálogo con las instituciones locales se ha vuelto inefectivo y carente de canales de encuentro reales. Así, muchos actores culturales o ciudadanos que trabajan desde los activismos en Guayaquil dan sus causas por perdidas al tratar de dialogar con la institucionalidad. De a poco, con el tiempo, se transita de una posibilidad de negociación —que podría ser muy productiva— a una estoica resignación.

Esta dinámica genera un consumado desgano a involucrarse con las instituciones locales. Sin embargo, no sólo se ha generado un desamparo institucional sino también iniciativas propias y autónomas (dignas apuestas por parte de quienes se atreven a plantearlas y a tratar de mantenerlas activas), movidas por el desencanto de cómo “dis-funciona” lo cultural en Guayaquil. Esa respuesta es positiva, pero ese contexto también es la razón por la cual muchas propuestas tienen una vida muy corta y accidentada. Excelentes iniciativas pierden continuidad y el potencial de madurez que sólo da el tiempo y el ejercicio del hacer.

Que la escena cultural en Guayaquil tenga un mercado de consumo y coleccionismo casi nulo o incipiente, y que tenga una contraparte privada poco informada y con pocos emprendimientos, hace que la precariedad institucional de entidades públicas como la Dirección de Cultura contribuya a configurar un panorama desolador para quienes desarrollamos o queremos desarrollar proyectos en y desde la ciudad.

Es prioritario re-evaluar esta postura colectivamente por parte de los gestores culturales, artistas, librepensadores, activistas, creativos y emprendedores. Necesitamos volver la mirada a la institucionalidad pública y demandar que se haga un trabajo verdaderamente propositivo y comprometido con la ciudad, que se dé apertura a propuestas nuevas (que generen plataformas y canales para ello), y que compartan e incentiven esa apuesta por la ciudad, ese riesgo vital/profesional que nosotros asumimos día a día al producir arte, desarrollar proyectos con comunidades, plantear sentidos críticos, invertir en emprendimientos culturales, etc.

¿Cuántos actores culturales estarían trabajando de lleno, o más concienzudamente, si fuesen apoyados por una institucionalidad eficiente con su contexto, que construye procesos dinámicos en Guayaquil? ¿Cuántos proyectos y emprendimientos culturales aún estarían en pie, se hubieran diversificado y estarían enriqueciendo la vida cultural de la ciudad y el cantón, si instituciones como la Dirección de Cultura hubiesen re-enfocado sus políticas de trabajo con la escena cultural local?[7].

Y es aquí cuando resulta difícil separar la gestión de la Dirección Municipal de Cultura y el Museo con el arquitecto Melvin Hoyos, y no precisamente porque sea “la persona que ha hecho más por la cultura del país”, sino porque ha manejado su cargo, más de una vez, con diligente beligerancia y arbitrariedad[8], ejerciendo una condición de figura infalible y descartando paulatinamente todo esfuerzo por parte de agentes culturales que llegaron a trabajar en el Museo, proponiendo e iniciando procesos de reactivación del mismo o de su reserva[9].

Que la figura de Melvin Hoyos nos merezca a la mayoría de artistas y actores culturales de Guayaquil la consideración de ser una presencia sombría, y cada vez más obsoleta, radica principalmente en la falta de escucha, y de reconocer sus limitaciones en buena parte de las discusiones en torno a lo cultural HOY[10]. Una probada postura de no estar dispuesto al diálogo abierto y a delegar tareas y funciones de peso, de no aprender a confiar en la gente con la que trabaja, y subestimar sus capacidades.

                                                                                

¿Piensas que es tiempo de un relevo?

Declarar que no hay alguien que a futuro pueda ejercer su cargo deja preguntas capciosas en el aire: luego de tantos años trabajando en el área municipal, ¿no ha conocido a alguien con las capacidades necesarias para enfrentar ese cargo? O aún peor, de las personas que llevan años trabajando con él y aún siguen en la Dirección de Cultura, en el Museo y la Biblioteca ¿considera que nadie tiene el potencial de haber aprendido algo de él en todo este tiempo? ¿Acaso todos quienes lo rodean sólo tienen un perfil de funcionarios administrativos, y nadie más que él da la talla a un puesto ejecutivo en la Dirección de Cultura?

Si el arquitecto piensa que no hay personas que lo puedan suceder, esto dice mucho de su manera de concebir el campo cultural y su modus operandi: Manejarlo como si fuera una hacienda… su hacienda. Asumirse imprescindible, rodeándose de gente que hace eco de sus ideas, que están alineados/alienados con una forma de ser, que no ejercen una criticidad productiva y que son dependientes de él.

Melvin Hoyos cree que no existe quien pueda sucederle, pero en la ciudad y el país hay personas que tienen la formación, los criterios y el perfil. Obviamente, hasta la persona mejor preparada para el cargo no sabrá cómo lidiar de buenas a primeras con el aparato existente, sus particularidades institucionales y contextuales —de las cuales él mismo no se percata cómo lograr alcances más efectivos e incluyentes—. Ese proceso llevará su tiempo y un continuo ensayo-error, pero es preciso llegar a esa posibilidad para rebasar el dogma de que la gestión constituye sólo una oferta/agenda de eventos. No creo que el arquitecto Hoyos al inicio de su gestión haya tenido esa experticia de la que se jacta, eso se construye al andar. Quien asuma el cargo se irá curtiendo en ese ejercicio.

Es inevitable sentir un desgaste y una postura a la defensiva en las declaraciones del arquitecto Hoyos, cuando pienso en la labor y funcionamiento de la Dirección de Cultura y sus espacios insignes como el Museo y la Biblioteca Municipal. Un cambio es necesario: más allá de ser generacional, debe ser estructural.

La Dirección exige un despliegue más propositivo, especializado e informado de administración; pero también de alguien que entienda cómo funcionan las instituciones culturales actualmente, tanto a nivel local como internacional. Se debe aspirar a una administración cultural local que esté en diálogo activo, que tenga la capacidad de aprender y poner en valor (y, de ser pertinente, apropiarse de) iniciativas de otras ciudades o territorialidades hermanas.

 

¿Crees que en la ciudad hay personas capacitadas para hacerlo?

Personas hay. Y, más importante aún, existen mecanismos para elegir de manera transparente: convocatoria abierta, concurso de merecimientos, etc. Es hora de que se le dé oportunidad a otras personas, a otros proyectos de ciudad y territorio desde lo cultural.

¿Qué harías distinto o qué propuestas te gustaría ver implementadas?

La gestión cultural del Municipio ha generado estructuras que en muchos casos deben reorientarse y potenciarse.

Lo que he dicho no apunta a descalificar los logros de la Dirección de Cultura, ni de quien la ha regentado por tanto tiempo. Si saliera mañana el arquitecto Hoyos, y se cambiaran las directrices culturales en el Municipio, nadie podría negar que ha dejado la Dirección de Cultura en mejor estado de como la recibió. Pero desde ese momento hasta hoy ya han pasado muchos años, y reconocer e historizar sus logros no cambia la realidad: la institución se ha quedado rezagada respecto a las necesidades culturales de su jurisdicción.

Sería un gran paso que se articule un Plan de Cultura que proyecte objetivos y estrategias de acción a corto, mediano y largo plazo, más allá del rescate del “ser guayaquileño”; y que, a partir de ello, se generen equipos de trabajo de profesionales, gestores culturales informados (con voz, voto y posibilidad de acción) que dirijan distintas áreas especializadas, e implementen propuestas que tengan presente la territorialidad y la especificidad de las poblaciones. Este equipo y su estructura de trabajo sería coordinado por el/la Director(a) de Cultura. Así, se aportaría un norte múltiple y una estructura burocrática más eficaz y profesional.

Pero, personalmente, me parece muy difícil que ocurra eso en la actual administración.

En otras ciudades latinoamericanas, aparte de programas insignes y espacios fijos como los museos, existen convocatorias abiertas que municipios o departamentos de cultura ofertan en artes y culturas vivas. No me refiero sólo a uno o dos eventos, sino a una plataforma estructurada donde se ponen a concurso –metódicamente– diversos  fondos y apoyos destinados a desarrollar proyectos de distintas disciplinas, de naturaleza y enfoque múltiples[11], con diversos públicos, en diferentes contextos territoriales de la ciudad o la jurisdicción a la que se adscriben.

Esto a nivel nacional ya se ha ido articulando, ejemplo de ello son los fondos concursables del Ministerio de Cultura y Patrimonio, que, luego de una necesaria reestructuración (hace unos tres años), funcionan mucho más eficiente y profesionalmente, aunque aún hay procesos que mejorar. Otro caso es la convocatoria de los fondos de la Secretaría de Cultura de Quito, que lleva ya dos ediciones. Si se quiere ver una plataforma en la red, de acceso abierto, que cualquiera puede visitar, está el Instituto Distrital de Artes de Bogotá (IDARTES)[12]. Todos estos ejemplos, unos más ambiciosos y perfectibles que otros, tienen sus grises, pero también tienen en común que posibilitan que actores culturales (locales, nacionales o internacionales) propongan y accedan a fondos para trabajar y dinamizar una escena cultural, dotarla de vida.

Destinar fondos o bolsas de trabajo en dinámicas de concurso abierto, de modo transparente y accesible, por medio de criterios de selección articulados y con jurados de reconocida trayectoria, es una manera para que una Dirección de Cultura pueda incentivar a la comunidad creativa local y nacional a desarrollar más y mejores proyectos culturales de repercusión social en la ciudad y el cantón. Además, sería un factor activo, desde lo institucional, para una profesionalización del trabajo cultural y artístico en nuestro contexto local. Contar con este tipo de herramientas empoderaría a las comunidades creativas, pues haría operante el acto de proponer proyectos. Si existiesen, ayudarían a contrarrestar la precariedad de lo cultural que a estas alturas hemos normalizado funestamente.

Algo que también podría ser muy pertinente es generar una red de espacios municipales de cultura con dinámicas de trabajo bien encausadas y coordinadas (la tarea de los CAMI debe ser revitalizada y enriquecida desde consideraciones de lo comunitario más actuales e incluyentes, más allá de su oferta actual de actividades). Con talleres activos que acojan propuestas específicas y accesibles para la gente, espacios que no sean centralizados y permitan construir experiencias y proyectos que pongan en juego las particularidades de esas comunidades y sus territorios.

Se podría crear un programa de publicaciones para incentivar la producción investigativa (histórica, por ejemplo) y su circulación, así como la producción editorial actual (no sólo de autores y textos históricos), a través de convocatorias realizadas desde entidades como los Museos y la Biblioteca. Incluso se pueden plantear situaciones más creativas donde se llame a concurso no sólo a programas editoriales impresos, sino también contenidos que circulen vía web, o en video para los monitores de la metrovía[13].

En los museos es prioritario configurar equipos de trabajo que generen programación coherente y planificada de acuerdo a la vocación de cada espacio, y definir no sólo ese frente sino también uno propositivo, pedagógico e investigativo.

Pero también se puede iniciar un cambio con cosas mucho más modestas. Por ejemplo, retomar con conciencia y rigor el programa de exposiciones de la colección de arte moderno del Museo Municipal —labor que en su momento Lupe Álvarez empezó e intento desarrollar en el corto tiempo que trabajó allí—. Tan sólo eso sería un gran paso para visibilizar la colección, dar acceso al patrimonio concienzudamente, y activar desde ejercicios curatoriales una labor investigativa, crítica e histórica sobre los procesos artísticos de la escena cultural guayaquileña.

Reestructurar el Salón de Julio, el Festival de Artes al Aire Libre (FAAL) y la Bienal de Artes no visuales, programas que no deben desaparecer sino ser reenfocados[14] y dotados (nuevamente y en mayor grado) de componentes de discusión, paneles, conferencias y aproximaciones teóricas; con sus respectivas memorias. En perspectiva, hubiese sido saludable mantener las políticas mínimas que se implementaron durante la Dirección del Museo Municipal de Pilar Estrada (2009-2010), como hacer un blog donde consten todas las obras inscritas en el Salón de Julio[15] —un gesto que no requiere una gran inversión de fondos, sino que más bien depende de voluntades, y de políticas de transparencia y acceso a la información—.

Es lamentable que casi todas las ediciones de estos eventos no posean una memoria impresa o digital, o un catálogo profesional (no un folleto con una lista y el programa de premiación, o sólo un escueto álbum de las obras ganadoras de la exposición), que dé cuenta de las obras participantes, las reflexiones y ensayos de los jurados, y los debates que el evento suscita en cada edición sobre la escena artística local. Es mucho más triste cuando, en el caso del Salón de Julio, se lo hizo de forma ejemplar y prometedora en el 2004, 2005 y, aunque no con el mismo nivel, en el 2006; pero luego se abandonó la iniciativa. Algo similar ocurrió con la Bienal de Artes no visuales.

¿Por qué al analizar esta administración de tantos años los retrocesos son tan recurrentes?

Notas

[1] Los artistas (sobre todo los de artes visuales) reconocemos al Museo Municipal y, principalmente sus eventos anuales del Salón de Julio y el Festival de Artes al Aire Libre (FAAL), como los paradigmas de la relación de la Dirección de Cultura con los artistas. Pero va más allá, pues, aunque el Museo Municipal no es un museo de arte, trabaja con componentes de artes de forma regular. Han habido eventos y programas que lo atestiguan -como las musimuestras-. Incluso existe físicamente en el museo una sala que se autodesigna de “arte contemporáneo”, y también se posee una colección de arte moderno (fruto del Salón de Julio y el FAAL). Incluso debemos recordar que el Museo Municipal no es el único que regenta la Dirección; también están a su cargo el Museo Municipal de Arte “María Eugenia Puig Lince” y el Museo de la Música Popular “Julio Jaramillo Laurido”, que requiere una programación más allá de las presentaciones de la Escuela del Pasillo adscrita. Estas infraestructuras evocan –desde sus nombres– una correspondencia con las artes aún mayor, y constituyen espacios de potencial visibilidad y circulación para las artes. Actualmente son museos bastante subutilizados y sin programación planificada y cohesionada.

[2] Hoyos declara que su misión es preservar la cultura guayaquileña, como si fuera algo fijo o un conjunto técnico de protocolos. Vivir en una ciudad o un territorio tiene una memoria, pero no es un conjunto estético inamovible. Es necesario no reproducir esas nociones, y resignificarlas. Vale la pena revisar esta entrevista realizada al arquitecto el año pasado:  http://www.revistamundodiners.com/?p=6584

[3] No sólo me refiero a hacer accesible un museo itinerante, que tiene pequeñas piezas a escala de los objetos que están en el Museo Municipal (como el ya tradicional programa Museo en Miniatura “Guayaquil en la Historia), el cual es un recurso válido, pero hay muchas otras formas de hacer accesible el museo y lo cultural.

[4] Quizás la visión y los preceptos políticos y de gestión cultural que ha ejercido la Dirección Municipal fueron útiles, pertinentes y hasta necesarios hace 25 años, o parcialmente hasta hace 15; pero ningún corpus de creencias debería ser inmóvil, incuestionable o asumirse sellado, mucho menos cuando se refiere al ámbito social y a la gobernanza de un territorio en una sociedad que se jacta de ser democrática, y que además sostiene, entre sus paradigmas fundacionales, el ejercer la libertad e independencia (decir “ser libre e independiente” es muy ontológico para mi gusto).

[5] Esto no es cualquier cosa. Hablamos de que gran parte del espacio público “regenerado” es un espacio privado en la praxis. Las autoridades no están para decidir quiénes pueden o no transitar el espacio público, están para administrarlo y dar acceso a los ciudadanos a su uso. Es preciso generar estrategias pedagógicas que realmente cultiven y vuelvan responsables a la ciudadanía. Cerrar un espacio como el Parque Centenario, poner rejas por doquier y limitar la circulación de las personas no debe ser el único recurso. Los ciudadanos podemos aprender conductas cívicas de formas más adecuadas, que no se parezcan tanto a cómo se induce a circular las vacas en un matadero.

Y qué hay del arte o las manifestaciones culturales libres en las calles, que en muchas ciudades latinoamericanas se hacen presentes de forma abierta en sectores peatonalizados para el caso los fines de semana. Algo tan simple como eso libera lo público y deja que la organicidad y vitalidad de los habitantes se manifieste.

El proyecto “Arte en la Metrovía” es un esfuerzo interesante y de buen nivel. Existe allí una mediación, filtro y selección del Municipio que vuelve su organización encomiable. Los artistas que participan poseen una trayectoria, y se les paga por sus presentaciones, pero la periodicidad de este programa tiene una frecuencia limitada y es demandante. Tanto a esta propuesta como al proyecto “Guayarte”, que auspicia graffitis en sectores populares, se les pueden cuestionar asuntos operativos operativo y de sentido contextual, pero son iniciativas que deberían mantener ese espíritu de hacer accesible y movilizar la producción artística en los espacios públicos.

Son programas de circulación de actores culturales y artistas que están en carrera o son profesionales. No libera espacios para el fogueo y el ejercicio de artistas aficionados, ocasionales o artistas populares de forma abierta y sostenida (en ese sentido el FAAL no cuenta, pues es eventual, se hace anualmente). Que existan programas que convoquen a artistas consumados no excluye que se aperture el espacio público de forma libre a manifestaciones culturales también. Ambas posibilidades son necesarias.

[6] Pero se lo hace mediante mamarrachos técnicos mal resueltos de resina y errores anatómicos que realmente hacen preguntarse: Si tenemos una estatuaria histórica de tan alta calidad en la ciudad, y si por parte de la Dirección de Cultura hay tanta vocación/afinidad por los modelos clásicos del arte, ¿por qué esos conjuntos escultóricos inaugurados en los últimos años poseen una pobreza plástica que haría revolverse en la tumba a cualquier escultor académico que se precie? Si vamos a ponernos decimonónicos, ¿por qué no hacerlo bien y hasta las últimas consecuencias? Esto amerita un análisis aparte, pero es preciso dejar la interrogante en el aire. Ya por pura diversión no puedo dejar de apelar a este texto cultural totalmente espontáneo que ha circulado en las redes.

[7] A breves rasgos hay tres escenarios posibles cuando los actores culturales gestionan satisfactoriamente auspicios y fondos del Municipio. El primero, que más paciencia exige, se da luego de dilatadas citas y cuasi-persecuciones para empezar un diálogo y luego mantener un seguimiento por parte de la burocracia del área municipal de cultura. Segundo: se tiene acceso rápido a un diálogo inicial gracias a contactos con capacidad de poder e influencia, y posteriormente, si se concreta el proyecto, se debe recibir el seguimiento correspondiente. Tercero: ocurre porque hay situaciones coyunturales que desde las altas esferas del Municipio (incluso más allá de la Dirección de Cultura) asumen que esto sí merece ser atendido con urgencia, apoyado y llevado a cabo diligentemente.

Ocurren encuentros felices cuando por algunas de estas vías se concretan cosas. Por ejemplo, cuando con diligencia el Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE) recibió fondos y apoyo en infraestructura para que siga funcionando cuando la Dirección Regional de Cultura del Banco Central, inicialmente, y el Ministerio de Cultura, durante un tiempo después, se deslindaban de dicha responsabilidad o de su capacidad para hacer efectiva una solución que definiera el futuro del ITAE como proyecto de educación en artes de génesis mixta: pública y auto-gestionada. (El edificio de talleres en el lado de la calle Venezuela del Parque Forestal fue construido por el Municipio de Guayaquil).

O ahora que están construyendo una casa para el teatro experimental, que será administrada por Muégano Teatro.

Estos mecanismos expuestos para lograr efectivamente el apoyo de la Dirección de Cultura Municipal, o del Municipio directamente, no son ilícitos ni despreciables, sin embargo, no deberían ser las únicas vías de acceso a fondos y apoyos.

[8] Un ejemplo son las discusiones, arbitrarias “mediaciones” y “resoluciones” en torno a distintas ediciones del Salón de Julio y el FAAL, que lograron tener visibilidad a nivel mediático, casi siempre desautorizando a funcionarios de valía que intentaban hacer su trabajo.

El Salón de Julio es el ámbito de acción sobre el cuál más se ha discutido y del que más herramientas de constatación histórica tenemos. Como evento comenzó a renovarse en el 2003-2004, allí arrancó una reestructuración que prometía revitalizar el espacio y el certamen como tal, pero, por desgracia, después hubo un retroceso continuo, que dio lugar a limitar la idea de lo pictórico sólo a lo bidimensional y a una materialidad que no dialogue desde allí con su condición efímera. Y, por último, la censura previa de imágenes sexuales bajo el criterio de ser leídas como pornografía.

Se instauró, como criterio de ingreso, una diferenciación maniquea sobre qué es una imagen erótica y una imagen pornográfica, lo cual desautoriza e infravalora a las capacidades de los jurados para  sopesar una cuestión tan básica como esa, y evade la responsabilidad de un Museo PÚBLICO de dar acceso a propuestas artísticas de nivel que, con inteligencia, aborden procesos de derechos de género y diversidad sexual, o cualquier otro —los cuales, si lo ameritan, pueden usar los recursos y tradiciones visuales del ámbito que les sea pertinente—. Si involucran material que puede herir susceptibilidades, la solución no es excluir, sino responder desde la museografía para advertir y volver discrecional y voluntario el encuentro con esa obra o experiencia artística ¡Que los públicos decidan a qué se exponen sin coartar el acceso a!

Estas disposiciones nunca obedecieron a los debates previos sobre el tema en la escena artística, no fueron consultados con expertos y profesionales del área, y cuando el debate por la nueva cláusula se presentó orgánicamente por parte de la escena artística local, nunca se le prestó atención.

[9] Lupe Álvarez, Pilar Estada y Eliana Hidalgo pasaron por el Museo Municipal, cada una por temporadas. La Dirección de Cultura abrió las puertas por un tiempo, y nombró Directora del Museo a Estrada; pero cuando se plantearon otras formas de ver y se defendió la libertad de trabajar sin injerencias, la misma Dirección limitó sistemáticamente el ejercicio de la dirección del museo hasta una salida empapada de resignación. ¿Por qué no se capitalizó el potencial de estas profesionales que pasaron por ahí hace menos de diez años, que son personas totalmente probas de su capacidad intelectual, con conocimientos sobre cómo funciona el arte y el ámbito cultural?

[10] Al señor Melvin Hoyos lo tengo en gran valía, antes que como historiador como historiógrafo. Dentro de esa labor es muy competente, obseso y riguroso. En algún momento tuve la oportunidad de leer investigaciones históricas de él cuando era más joven, de los ochentas o inicios de los noventas, y algunas más recientes.  Tiene mucho valor en cuanto cómo se levanta la información y se la sistematiza; se constata una capacidad historiográfica prodigiosa e innegable. Pero el ejercicio de historiador –al igual que el de gestor cultural– necesita entender todas las posibilidades que uno tiene al abordar la historia, y ser crítico con el lugar intelectual desde donde se habla. En esto al señor Hoyos le falta afinar bastante, aunque él asuma lo contrario.

No tengo dudas de que Melvin Hoyos tiene unas excelentes intenciones desde su locus vital e ideológico, pero son muy limitadas y no se deja asesorar.

[11] Establecer categorías de trabajo y acción como: culturas urbanas vivas, arte contemporáneo (producción, curaduría, fondos de movilización), oficios creativos tradicionales, festivales y entretenimiento, deportes, publicaciones editoriales, investigaciones en cultura. Y entregar los fondos en función de responsables individuales, colectivos y mixtos (en diálogo con otras instituciones públicas y privadas).

[12] Vale la pena revisar cómo está estructurada la página de IDARTES e  incluso visitar el portafolio de convocatorias que fue lanzado recientemente. Ahí se encuentra un ejemplo de cómo generar una plataforma de acceso a fondos y apoyos de una institución pública de forma operante: http://siscred.scrd.gov.co/estimulos/public/convocatorias-pde.xhtml?ea=6

[13] Antes ponían videos musicales, bloopers y agenda cultural, tanto en las estaciones de la Metrovía como en los monitores de las unidades de transporte; ahora se usan para visualizar los arribos de los buses o simplemente están apagados. ¿Qué pasó con iniciativas como la versión de Guayaquil en la Historia en stop-motion que circuló hace años en la televisión? Más allá de la dosis soportable de propaganda ideológica, era un buen producto. ¿Por qué no circuló allí, o no se realizaron procesos similares?

[14] El caso del Salón Mariano Aguilera que se convirtió en el Premio Nacional de Artes Mariano Aguilera es digno de revisarse desde Guayaquil, no sólo por su restructuración en cuanto a la convocatoria y protocolos de funcionamiento, sino, además, porque se lo dotó de una necesaria autonomía. Posee un equipo de trabajo específico que lo desarrolla, da seguimiento y es responsable de todos los componentes (pedagógicos, curatoriales, editoriales, etc.) y las gestiones que se precisan para llevarlos a cabo.

[15] Podemos recordar, por ejemplo, algunas valoraciones críticas de peso y responsablemente redactadas por parte de Rodolfo Kronfle y Lupe Álvarez. Allí se menciona la implementación del blog, y la conformación de una plantilla de jurados de nivel, y también se hace balance de los premios y los resultados del certamen.

Foto de portada: Artículo de Diario El Telégrafo, publicado en el año 2013.

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